Con el escape libre
Nació
en 1926, nieto de inmigrantes sicilianos radicados en Tucumán. De aquellos
italianos que vinieron a trabajar duro, los que ayudaron a “engordar” la
Argentina.
Tenía
apenas quince años y manejaba ya un camión con acoplado, un fatigado
Oldsmobile, modelo 1937, que le compró y
le pagó a su padre con el trabajo de transporte de leña desde Santiago del
Estero a Tucumán, destinada a alimentar hornos ladrilleros en la ciudad de la
Independencia.
A los
veinte años, haciendo el servicio militar obligatorio en Tucumán, fue elegido
como chofer de Juan Domingo Perón (en las escapadas que hacía el General para
jugar al golf con el Coronel Emilio Orce) y de Evita, en sus visitas al “Jardín
de la República”. De aquella época recuerda: “Perón era un tipo macanudo,
conversador, venía vestido de golf con una gorra de visera; en el aeropuerto,
cuando subía al auto, yo lo esperaba con la puerta del acompañante abierta:
‘hola Salvador, ¿cómo te trata el coronel?’, era el saludo de siempre. Me pedía
que no pasáramos por el centro: directo al cuartel. Venía con dos o tres
personas más, solamente, y al parecer de incógnito”.
Fue el
comienzo de una larga, pesada, pero fructífera tarea de muchas décadas que lo
llevó, en los años cincuenta, a trabajar transportando mineral de La
Casualidad; una mina de azufre dependiente de Fabricaciones Militares, con una muy importantes infraestructura e instalaciones en aquel páramo. Funcionó hasta
fines de los setenta cuando fue desmantelada por orden del gobierno militar a
instancias de EE.UU., y la "distracción" del gobernador de Salta,
Ulloa y su ministro Folloni. A partir de entonces se inició la importación del
mineral.
Trabajo
esforzado y no querido por nadie, a más de cinco mil metros de altura en la
Cordillera de los Andes salteña, desde el yacimiento “Julia”, próximo a Chile.
El frío de las noches, a más de treinta grados bajo cero, congelaba el aceite
de los motores. (1)
Pero
esta narración viene a cuento para recordar el primer “inconveniente” de
Salvador en su azarosa tarea de conducir aquel camión leñero por las angostas
carreteras del noroeste argentino, allá por los años cuarenta.
Casi
todos los días y con sus quince años de edad a cuestas, partía temprano de
Tucumán por la ruta 9 para recorrer, desde Villa Luján, los setenta y cinco
kilómetros que mediaban hasta el control caminero de “Los Puestos” en la vecina
provincia de Santiago del Estero; allí era conocido y lo dejaban transitar sin
mayores reclamos. Quince kilómetros al sur del destacamento arribaba a su
destino: el paraje Manzupa. En aquel lugar recogía leña dura de tusca,
algarrobo y quebracho (quiebrahachas), destinada a excitar los hornos de la
cortada de ladrillos Del Pero (en la calle Ejército del Norte), algunos días y,
otros, las de la Rossi, (en Yerba Buena) ambas en Tucumán. Vendía su carga a un
peso el metro cúbico.
Aquel
soleado día de otoño, ya con la carga completa, manejando el viejo camión, y
con el ayudante oficiando de copiloto -también de 15 años- regresaban por la
ruta Panamericana observando a los vendedores de tortuguitas, chancaca (2),
colchas de lana, miel de caña y distintos tipos de arrope (3), todos colocados
a la vera del camino.
Se
aproximan al control policial de Santiago del Estero. Esta vez la dotación
uniformada es nueva y no conoce al barbilampiño chofer responsable de conducir
aquella tremenda carga de árboles hechos añicos. Un vigilante le hace señas
para que detenga la marcha; finalmente, el rechifle del motor aminora, los
chillido de los frenos va creciendo, luego silencio y el camión se inmoviliza;
un funcionario policial mira detenidamente a los ocupantes del cubículo y no
sale de su asombro al constatar la “brevedad” de los muy orondos y seguros habitantes
de la cabina.
-Buenossss
díassss, les espeta -en tono grave y con cantarina tonalidad santiagueña-, el
guardia uniformado, camisa sudorosa
color indefinido, pantalón holgado de azul desteñido y botas de lustres
arrinconados.
-Buenos…
Buenos días -responde el adolescente manejador, algo contrito.
-¿Hassss
tráido el carné?
Ahora
está asombrado y preocupado el conductor; dubita unos instantes, pero, con un
remilgo forzado, le contesta:
-No… No
tengo carné.
-¡Hassss
cagauu, mierda! -responde, mandona, la autoridad y continúa:
-Decime,
¿y el enrolio?
-Tampoco…
¡si tengo 15 años…!
-¡Hassss
vuelto a cagar, mierda! Y no te pregunto por el esscape libre porque asssí no
mássss te cago del todo. Pero bueno… dame dossss pessossss y dejamossss de
hacer boletassss.
El
novel conductor sacó del bolsillo de atrás del pantalón una arrugada billetera,
separó los dos pesos y se los entregó al vigilante.
-Passsá
nomássss y por única vesss… -fue el final feliz.
Más
tranquilo, lentamente, callados, prosiguieron la osada ruta hacia el Norte.
Al
anochecer, ya sin la carga, compraron dos achilatas (4) y, sentados en el
cordón de la vereda, recordaban jocosamente lo acontecido en “Los Puestos”.
A los ochenta años y pico, sin dejar su
compromiso vital, disfruta con los interminables recuerdos de su “zarandeada”
vida laboral.
(1) “La Casualidad”: Mina ubicada a 4.180 metros sobre el
nivel del mar. En 1979 durante la dictadura militar, su ministro de economía,
José Alfredo Martínez de Hoz, ordena la
DESTRUCCIÓN TOTAL de la misma. Entonces contaba con 3.000 habitantes y
400 tumbas, una escuela, un hospital -los pacientes que requerían tratamientos
especiales eran derivados al Policlínico de Altos Hornos Zapla, en Palpalá,
Jujuy, donde se producían aceros especiales; otro ícono de Fabricaciones
Militares, regalado a los franceses en la misma época-, talleres, abasto, la
Iglesia, el Correo, la Gendarmería, viviendas adecuadas a la zona y clima,
canchas deportivas y, naturalmente, la Administración. La Casualidad dista de la
ciudad de Salta 518 km, a 110 Km. al sud
oeste se encuentra Tolar Grande (la población más próxima), y a 50 km. al sud
este se yergue imponente el Volcán Llullaillaco
-famoso por el hallazgo de los restos mortales, muy bien conservados
desde hacen quinientoos años , de tres jóvenes incas, enterrados vivos con sus
atuendos y exvotos completos en ceremonia religiosa y como ofrenda a sus
dioses-, al lado de Salar de Rio Grande.
La mina propiamente dicha: “Mina Julia”, está a 5.505 metros
sobre el nivel del mar (límite con Chile), contaba con un cable carril de aproximadamente 20 km.
Desde La Casualidad se asfaltó el camino hasta Caipe (70 km.), próximo está el ramal ferroviario C 14, al oeste del salar de
Arizaro. Salvador dispuso para la
tarea de acarreado del mineral e insumos
más de setenta camiones; los talleres de mantenimiento estaban en la ciudad de
Salta, en la calle General Paz.
Este impresionante atrevimiento llevado a cabo por el
Ejército (F.M.) y con la esfuerzo del pueblo Argentino, fue desmantelado hasta
en sus cimientos por obra y gracia de una orden del extranjero (EE.UU.),
ejecutada por Martínez de Hoz. y con el silencio cómplice del gobernador Ulloa
y el ministro Folloni. ¡¡Oh… LA CASUALIDAD!!
-"¡¡¡Ver lo que queda de aquello, da ganas de
llorar!!!", Salvador Calleri-.
(2) Chancaca. Tableta, muy dulce, fabricada con miel de caña
proveniente de los ingenios azucareros.
(3) Arrope. Almíbar concentrada producto de la cocción
prolongada de diferentes frutos de la región.
(4) Achilata. Hielo
molido y mezclado con diversos jarabes de fruta.
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