Dr. Ricardo Podio



El Examen

            Nací en San Salvador de Jujuy. Mi madre cordobesa es hermana de otras once ramas del mismo tronco.
            Durante algunos de los veranos, después de las fiestas de fin de año en mí terruño, solía viajar a Córdoba a casa de mi abuela en Caseros 830, una cuadra posterior al Amparo de María y  Colegio Santo Tomás, con su iglesia neogótica en la esquina. Allí transcurren parte de mis vacaciones en algunos estíos.
A finales de la década de 1940 sumo yo no más de nueve años de edad, y viajo a la ciudad de Córdoba en tren para unas holganzas diferentes. Urbe  que aparece ante mi fantasía como un emporio de novedades interminables. En estas circunstancias mi abuela y madrina, Doña Lola, me manda hacer algunas compras al almacén de la esquina: en Caseros y San José de Calasanz. Uno de los hijos del comerciante es médico reciente, pero ya famoso por sus cualidades humanas y profesionales. En el vecindario se habla con respeto y admiración por la capacidad y bonhomía del doctor; situación que llama mucho la atención.
Un día a la semana, a partir de la otra esquina, sobre la calle Artigas, se monta una feria de frutas y verduras. Apenas se ingresa por el callejón central, surge arrogante una gran olla férrea rematada con dos grandes manijas, en su interior espera el aceite hirviendo fisgoneado por un bracero; el cocinero, de delantal blanco, porta una enorme jeringa metálica: dispositivo integrado por un grueso cilindro con terminación dentellada, como si de la parte superior de una muleta se tratara, una culata està diseñada para ser apoyar en el hombro y se prolonga en un vástago al estilo de las bielas y  penetrar el cilindro. Relleno el dispositivo con  engrudo (agua con harina), el ranchero acomoda el extremo en el hombro, toma las manijas, tracciona con fuerza mientras se hunde el pistón de tal forma que sale la masa por el extremo fenestrado y caer en el aceite generando burbujeos mientras dibuja, en forma continua, círculos concéntricos hasta colmar la superficie; pasados unos minutos el color blanco de la preparación se torna dorada, en este punto extrae la “rosca”, la dispone sobre una mesa empapelada con rapidez, munido de pinza y tijera la secciona en tramos de no más de 20 centímetros, todos iguales; finalmente  espolvorea con azúcar: y vocifera: “churros calientes, los que quiere la gente, a un peso la docena”.
            Los fines de semana en el gran lago del Paseo Sobremonte, lanchitas y autitos a pedal navegan en círculo todas las tardes de los sábados y domingos. (Antes de la construcción del enorme edificio de la Municipalidad, sostenido por enormes clavos de acero).
            Otra de las novedades, en estos años felices, es el tranvía que baja por la calle Corro y concluye su recorrido en la terminal, no lejos de la casa de mi abuela. El conductor, parado, manipula una pulida y dorada manija que da velocidad al carromato eléctrico, antes de cada esquina hace tronar una campana  anunciando su paso; de tanto en tanto, para cambiar de vías, detiene la marcha, baja con el largo barreno que oficia de  palanca entre los rieles. El guarda, también parado, se aburre en la parte posterior.  
            Un día, como por arte de magia, brotan en muchas esquinas céntricas  heladeras pintadas de rojo con anuncios blancos, ofrecen el famoso refresco oscuro en botellitas de vidrio. También puestos callejeros, montados sobre ruedas y con techo, están equipados con un novedoso adminículo llamado licuadora y una barra de hielo que raspada por una cajita metálica con hendidura y filo se colma de agua congelada,  molida, lista para el "licuado de banana con leche"; un clásico para siempre.
            Otras veces, en el “asiento rumble” de la parte de atrás de una cupe Ford 1936, acompaño a mi tío Oscar que recorre, guiado por anuncios en el diario “Los Principios”, propietarios que anuncian inmuebles en compra o venta, ofreciendo sus servicios de escribano.
            Un mundo de novedades. De todo ello, lo que queda para siempre en la memoria por trascendente, es el registro indeleble del médico joven idolatrado por el barrio.

            Finalizados los estudios primarios en la escuela Belgrano y secundarios en el Colegio Nacional de San Salvador de Jujuy; motivado profundamente por mi padre y su profesión de galeno en su entrega al servicio de todos, me imprime la decisión de ingresar a la carrera de Medicina de la Universidad Nacional de Córdoba; donde egresó también él, en la década de los años 30. Mi primer examen, el de Anatomía Descriptiva, preparado a conciencia con los amigos y compañeros: Jorge Bit Chakoch y Ernesto Mármol, resulta un fracaso total: La noche anterior, en casa de Jorge del Barrio San Vicente, hacemos el repaso general que duró hasta las primeras horas del día “D”; luego de dormir muy poco,  despierto ya sobre el tiempo del examen, me visto rápido y salgo a la calle para tomar el ómnibus. Al llegar a la Cátedra, en el Hospital de Clínicas, encuentro al Profesor adjunto, Dr. Antonio, cerrando el registro de alumnos, le explico mi tardanza y accede a incorporarme al listado que firmo finalmente; calculo en dos horas, al menos, para que llegue mi turno. Decido continuar el repaso con el libro muy cerca de la Cátedra, en el umbral de Anatomía Patológica... Grande fue mi sorpresa cuando desperté pasado mi turno, corrí a la Cátedra y el examen había concluido, los profesores ya no estaban. (Había confirmado mi presencia, me llamaron y no estaba. ¿El primer aplazo? ¿Un cero? No, el primero de la carrera no se computa). Explicar el increíble final de mi  experiencia inaugural a los amigos fue una tarea ímproba, al punto que decidí mentir, incluidos padres y parientes; la información ventilada: “Fui bochado”.
            Vivo en un departamento de Caseros 2030, alquilado por el amigo jujeño Èdison Ramón Alfaro Ocampo, también estudiante de medicina, dos años adelante. Es él, quien me invita, una tarde de 1959, a una asamblea estudiantil en el Aula Magna del Hospital Clínicas. ¡Es mi participación inaugural en la vida estudiantil! Se debate, entre los partidos Reformistas y el Integralista, aspectos del gobierno tripartito; no hay acuerdo y la discuciòn sube de tono. Mi amigo milita en la agrupación Humanista, fracción estudiantil casi inexistente al punto que es el único representante en el debate. En el furor de la batalla verbal, mi amigo, pide la palabra en varias oportunidades sin resultado; yo a su lado no entiendo nada. Finalmente, el presidente de la asamblea pontifica: “Tiene la palabra el compañero Alfaro del Humanismo”; es un Integralista que trata de “digerir” el debate y que a ojos vistas van perdiendo. Me llama mucho la atención que lo individualice tan nítidamente en el alboroto multitudinario. ¡Silencio en el anfiteatro! Édison Ramón proclama: “Vengo a impugnar la asamblea por no estar presente la mitad más uno de los estu…”; no lo dejan concluir; a partir de ese momento siento caer sobre mi humanidad todo tipo de proyectiles: bollos de papel, tizas, borradores, mechados con un vocerío aturdidor y proclamas partidistas mientras los reformistas se apresuran a retirarse, finalmente lo hacen los del otro bando. Quedamos, mi compañero y yo, solitarios, averiados… Inmortal experiencia en las lides estudiantiles. Con el tiempo entiendo cuál puede ser una de la  estrategia para desbaratar una convocatoria. Llevo vívidos un sinfín de acontecimientos, motivos para otros relatos…
           
            Marzo de 1963, curso la mitad de la carrera. Consulto, en el transparente de la Cátedra de Medicina Interna, los días de clases teóricas y de prácticos. El primer día, apoltronado en la “tribuna” del Aula Magna, esperamos al Profesor; el recinto esta colmado y los rezagados se sientan en la escalinata, hay también algunos graduados y los ayudantes de cátedra, se respira un clima de expectación. "Aquel profesor debía ser importante" medito. Por fin ingresa, saluda, recorre con la mirada el recinto colmado: “Esta es la primera clase, les ruego mucha atención, pueden hacer preguntas, no usen grabadores” pronuncia. Gira, toma una tiza y escribe una enumeración de temas, el silencio es total;  comienza la Clase Magistral. La curiosidad me invade: ¿Quién es aquel profesor de tanto respeto y atención? Aprovecho un descanso y pregunto a un compañero, el de mi costado, como se llama y me informa... "¡¡Es él... El mismo médico del barrio en mi niñez, hijo del almacenero de la esquina de Caseros y San José de Calasanz...!!"; resucita la impronta de la infancia. 
            Finalizado el año las clases y los prácticos, decido rendir primero Patología Médica, la preparo con Ernesto (el amigo desde la escuela primaria en Jujuy). 
            Inscrito en la secretaría para el examen, anoto la fecha y la hora. Llegó el día. ¡Por fin el momento de la verdad! Aguardo con los compañeros el llamado para entrar, permanezco expectante, más que en otras oportunidades. Por fin se abre la puerta, el docente pronuncia mi nombre, ingreso confiado, me siento, doy vueltas al bolillero y saco tres, elijo una con los temas que mejor recuerdo, no obstante uno de  ellos no es importante, el que menos asimilé: estoy seguro que no me hará preguntas de ese contenido; el resto es de mi preferencia.
      -Que bolilla elige.
      -La ocho Profesor. -Sentado espero que me interrogue. El docente consulta los temas.
-Factores de coagulación y hemofilia -Ordena finalmente. Mi turbación es evidente; debo responder aquello mal estudiado. ¡¡Justo eso!! Pálido, con taquicardia y desolado me animo a explicar:
-Profesor, ese capitulo es el único al que no le presté atención... Pero he preparado toda la materia bien.
-Alumno. ¿No estudió?
-Sí. Profesor… ¡Si! Toda la materia y solo leí ligeramente el genético de la hemofilia.
-¿Por qué no lo hizo? Además es uno de los contenidos que usted eligió con la bolilla.
-La verdad: porque se trata de un tema histórico. Ya no existe. Por ese motivo no lo estudié.
-Es decir: ¿No sabe nada de la hemofilia?
-Solo recuerdo que hay dos factores: el ocho y nueve.
-¿Qué más puede decir?
-Muy poco más. Profesor…
-Ahora explique: ¿Porque para usted la hemofilia ya no existe?
-Todo comenzó cuando descubrieron que la Reina Victoria de Inglaterra tenía descendientes varones con problemas de coagulación: creo que uno se llamaba Leopoldo, y otros muchos sucesores como hijos del Zar de Rusia y del ex-Rey de España, Alfonso XIII. Desaparece el problema cuando en la nobleza dejaron de casarse entre parientes…
-Bueno… Tengo que reprobarlo.
-Si.
-Pero usted me dice que el resto lo estudió a conciencia.
-Si. Profesor. –Intuyo un final feliz, el corazón se aselara aún más.
-Está bien. Dejemos el bolillero. Empecemos…
Desde aquel momento y durante casi tres horas duro el examen. El Profesor me “paseó” por toda la materia y pude responder bien.
En un momento se pone de pie y dice: “Acompáñeme”. Ingresamos a la sala, al final de las camas se detiene y señala a dos enfermos: “Alumno. Estos pacientes no son descendientes de la Reina Victoria de Inglaterra y tienen hemofilia”. –¡No salgo de mi asombro!…
(En el pasillo aguardan mis compañeros sus turnos. Después me entero que no atinaban a comprender que pasaba con mi examen tan prolongado, además, porqué me llevò hasta la sala de internados).
Regresamos al lugar del examen.
-Linares. Usted va ser médico y es probable que durante su profesión le toque asistir a un paciente con hemofilia, y no sabrá que hacer porque no estudió. Ser un médico es un tremendo compromiso con la sociedad, de usted dependerá la vida o la muerte… ¡¡Qué responsabilidad la mía y la suya!! ¿Qué le parece?
-Grave profesor.
-De acuerdo… -Un silencio de siglos- Respondió bien los otros temas. Pero… ¿Me promete que mañana, o esta misma noche, va a estudiar conscientemente el tema que no sabe?
-Si Profesor. ¡Le prometo!
-Puede retirarse. Está aprobado. –Fue un momento sublime, sentí un inmenso alivio, una gran satisfacción y una mayúscula responsabilidad: la que debía conducirme en adelante…
¡¡Había aprobado!! Salí casi a los saltos con una enorme sonrisa.
-¿Qué pasó? –Me interrogan los de la espera.
-Algo grandioso: ¡No supe un tema, el de la hemofilia, pero me hizo renunciar al bolillero y me pregunto de todo!
-¿Y…? ¡Contestaste bien! –Silencio…- ¿Solo ese no respondiste?
-¡Si! Te pondrá un nueve.
-No sé, quizás un ocho, o siete. ¡Lo que sea! 
Por fin sale el último alumno, ya es de noche. Esperamos las notas. Se abre la puerta y aparece la secretaria con el registro de alumnos del examen, lee pausadamente los apellidos y nombres, finalmente la nota; debo esperar, la expectativa va en aumento, el último en nombrar soy yo ¡Por fin llega!: “Linares Alfredo: CUATRO”. Es el término de una jornada intensísima, incomparable, justa, para el recuerdo. Pero no termina allí, nuevamente me nombra y agrega: El Profesor quiere hablar con usted, puede pasar, lo espera en su despacho”. Nuevamente la taquicardia. Entro sin demora.
-Permiso Profesor.
-Siéntese. Lo hice llamar para pedirle un favor. -Me  sorprendo. No atino a creer que sea yo el que haga un favor.
-Quiero que mañana pase por mi consultorio, a las 19 horas. Esta es la dirección.
-Sí Dr. Estaré a esa hora. –No pasó por mi cabeza averiguar el motivo de la cita.
Al otro día, antes de las 19, estoy en la sala de espera… Sale la secretaria y me hace ingresar. El Profesor -sentado detrás del escritorio atiborrado de libros y papeles-  levanta la mirada y dice:
-Dr. Linares. –Primera enorme sorpresa: ¡Me llama doctor!
-Quiero que vigile un goteo en el domicilio de un paciente particular. Yo estaré para canalizarlo, usted quedarà controlandolo según las instrucciones que ahora le explico. –Y continuó instruyendo, con detalles, la tarea encomendada; finalmente debía llamar por teléfono avisando haber concluida mi participación. Esto se repitió, en el transcurso de un mes.
Pasaron algunos días y recibo de secretaría una nueva cita para concurrir al consultorio del cardiólogo.
-Buenas tardes Profesor.
-Hola Linares. Muchas gracias por su colaboración. ¿Cómo se sintió con lo encomendado?
-Muy bien, Profesor.
-¿Se dio cuenta qué problema tienen los pacientes en los que usted participó controlando el goteo?
-Si. Profesor.
-Dígame.
-Son hemofílicos.
-Bien… ¡Bien! ¿Y cómo lo sabe?
-Por los síntomas previos, la transfusión de sangre y…
-Muy bien. –Abre el cajón del escritorio y saca un sobre cerrado. Lo recibo desconcertado y trato de abrirlo.
-¡No! Ahora no… En su casa.
Salgo expectante con el último acontecimiento. Llego a lo de mi abuela, entro al dormitorio apurado, me siento en el pupitre de mis afanes estudiantiles y abro el sobre:  encuentro dinero y una nota que dice: “Corresponde a los honorarios por su colaboración.
Muchas gracias.
(Una firma y un sello) 
Dr. Ricardo Podio

¡¡La más importante lección en mi carrera, la de un Gran Ser Humano!!


Profesor Ricardo Podio:
“La Facultad de Ciencias Médica  convocó el 13 de agosto en el Aula Magna del Hospital Nacional de Clínicas a un homenaje al Dr.  Ricardo Podio, el médico, profesor, amigo, sembrador de conocimientos y humanismo. Se entregó, a través de sus familiares, la medalla post mortem en reconocimiento a su trayectoria.
Podio fue un precursor en el ámbito médico; fundador de la Sociedad de Cardiología de Córdoba sus trabajos de exploración de la actividad eléctrica miocárdica marcaron un hito en la especialidad. Este visionario incorporó las residencias médicas en la ciudad; creó el equipo Interdisciplinario de Psicopatología en el Hospital de Clínicas; la UTI del Servicio de Radioisótopos y el Servicio de Técnicas no invasivas.
El histórico recinto, colmado de médicos y estudiantes, recobró la mística de sus mejores momentos, cuando distintos expositores relataron las historias de vida de Podio, arrebatada por la enfermedad a los 58 años.
El Prof. Dr. Emilio Kuschnir describió la trayectoria profesional remarcando sus profundas convicciones de sentido democrático y federalismo.

Alberto Cerda, ex Presidente del Centro de Estudiantes de Medicina, destacó que en la dictadura militar mientras los alumnos eran perseguidos y encarcelados, la postura de Ricardo Podio, poco común en esa época era de solidaridad con el Centro de Estudiantes y su espíritu y actitud democrática de defensa hacia ellos, lo inusual.
Carlos Scrimini, ex Presidente de la FUC rememoró que nunca censuró a los estudiantes o médicos por sus ideas. “Él mismo- expresó – sufrió el aislamiento por cuidar a sus estudiantes y defender la libertad. Era el único o quizás uno de los pocos que recibía, escuchaba y contenía, en épocas de la desolación de la dictadura”.
El Decano de la Facultad de Ciencias Médicas, Marcelo Yorio expresó respecto a la figura de Ricardo Podio “Hablan de Inquebrantable voluntad y diáfana lucidez; hablan de humildad, de sencillez, de profundo respeto por el hombre y fundamentalmente de la prédica con su ejemplo. Seguramente la lucidez es algo que se hereda. Seguramente también que se desarrolla, pero la inquebrantable voluntad es algo, que para los que ya tenemos años, deberíamos demostrar e inculcar en nuestros jóvenes que es muy necesario, porque estas figuras señeras nos demostraron que más allá de esa inteligencia y lucidez, lo que es necesario es la inquebrantable voluntad para cumplir objetivos, y para desafiar adversidades. De este gran hombre se habla de respeto institucional y en este país estamos necesitando mucho de eso. Hablar de esto. Es un hombre que para llegar a donde llegó, cumplió normas, aceptó las normas para llegar por concurso a titular, a presidente de sociedades, también para llegar a gestionar dentro de la Universidad Nacional de Córdoba, porque entendía que el respeto a estas normas hace que las instituciones crezcan fuertes” y agregó “ es importante porque estas personas innovadoras, estas personas que generaban tanto desafío, demostraban a su vez el respeto por el día a día, por el ejercicio del acto de servir, por el ejercicio del compromiso”.

Con cientos de emociones aferradas a los asientos de madera marrón, el Aula Magna del Clínicas convocó a compartir la grandeza de un grande, que marcará para siempre la historia médica en Córdoba y el país. 
Y como regalo para los profesores doctores y estudiantes, una clase magistral a cargo del Dr. Julio A. De La Riva dejó flotando en todo el Hospital Nacional de Clínicas que el conocimiento y el humanismo son parte inclaudicables de la formación de quienes se dedican al arte de curar”.