El Aleph


                 El Aleph

 

Es la noche que se arrima testaruda.

Son dos números y ocho cuadros,

lo encontré con mi amigo esa tarde:

“Del Milagro” y  portones enrejados.

 

Una pieza, una cama y mi Aleph.

Con el hálito en la noche; ¡solo yo!

Un portento los recuerdos y esa luz

de colores en mis ojos, atrapándome.

 

Son lugares con los tiempos concertados,

deliberan diversos mundos entre sueños:

son montañas y los bosques y el desierto,

hay llanuras con esos ríos en movimiento.

 

Y memorias que desfilan impiadosas:

Oigo cánticos y lluvias de los trópicos;

o los grandes zapallares en tu Alaska

que aportas para mí de esas privanzas.

 

Zadar: la música del órgano y su mar,

sonidos melodiosos de olas inventoras

encerradas entre piedras antiquísimas.

Y los mármoles remotos de sus calles.

Y los arcos y los puentes y los bares.

 

Atropellan y aparecen en el teatro del Aleph:

mil palacios, viaductos, iglesias y los santos.

Desafiando los vientos entre hayas y colores,

emergente, imperial: Catalina imperecedera;

es la imagen ennegrecida de su estatura toda

con nueve amantes a los pies que la veneran.

 

Finalmente, en madrugadas la realidad:

Eclipsada la indolencia de espejismos,

otros soles, otras sombras, otros tiempos

acompañan y señalan este nuevo rumbo.

 

Viven sombras que se lucen en mi Aleph.