La Tortura



PARADIGMA
La  Tortura
1978

Como todos los días, un viernes a la cuatro de la tarde, llego a mi consultorio de la calle Belgrano 275 de la ciudad de Jujuy, a fines de 1982.  En la sala de espera aguardan tres personas.
--Buenas tardes.
--Buenas tarde. -A coro responden los tres.
Ingreso a mi despacho. Acomodo en el escritorio y en la mesita auxiliar lo necesario para el arduo trabajo que me espera.
Se abre la puerta, es la secretaria que trae el listado de los pacientes del día, en segundo lugar, figura un masculino de cuarenta años.
Termina la primera consulta. Nuevamente la secretaria abre la puerta entra y la cierra, me acerca una tarjeta clínica con apellido y nombre, sin otra anotación.
-Es por primera vez, doctor.
-Que pase. -Sale y lo llama por el nombre.
-Adelante señor. -Invita la secretaria.
-Buenas tardes. Tome asiento. -Le indico.
-Gracias.
-Por favor, necesito que me de otros datos para completar su ficha, -le solicito.
Levanto la mirada y veo una persona de traza más joven que la edad consignada en la tarjeta: 40 años. De estatura alta, delgado, erguido, prolijamente vestido. La primera impresión es la de una persona disímil, me recuerda a un daguerrotipo de un pariente remoto por el porte disciplinado, salvada, claro está, la distancia del tiempo; no advierto el porqué de esta primera impresión.
Pasan unos instantes en silencio con las miradas apostadas el  uno al otro. Siento intuitivamente que hay algo fuera de la rutina… Por fin le pregunto:
-¿Tiene algún otro problemas de salud, previo a la consulta de ahora?
Pasan algunos segundos, y se anima:
-¿Se refiere a si tuve o tengo otra enfermedad?
-Exactamente.
Nuevo silencio… Titubea la contestación.
-No... No… Precisamente de salud no... -Responde confuso. Resulta insuficiente la respuesta, pero decido avanzar. Esbozo una sonrisa para animarlo.
-Que es lo que lo trae por aquí. -Trato de moderar el clima algo tenso, cortante.
-Tengo un problema en la parte lumbar -y señala la zona.
-Ajá… Que síntomas siente.
-Dolor, doctor.
Y continúa el interrogatorio siempre con respuestas afiladas, algo imprecisas; cuestión que me incomoda, hay una barrera infranqueable, difícil, que debo vencer.
-Por favor desprenda el cinto y acuéstese en la camilla. -El examen físico se prolonga reiterando maniobras en busca de síntomas; no hay signos que aclaren el referido dolor en la columna lumbar. Nuevo interrogatorio en búsqueda de alguna respuesta escondida que oriente hacia una patología. Le pido que se siente. Trabajo otras maniobras en búsqueda de algo, también resulta imposible… Me retiro al escritorio fracasado. Recluido en mis pensamientos, medito un rato.
-Por favor, puede vestirse señor. Debo confesarle que no encuentro una razón al dolor que me refiere. Necesito, para poder aclarar su problema y llegar a un diagnóstico, que se haga algunos estudios.
-Sí doctor. Lo que ordene.
-Se deben practicar radiografías, análisis de sangre y orina, -remato.
Escribo pausado en el recetario los estudios complementarios y firmo los pedidos.
Levanto la mirada y aparece ante mí, como si de otra persona se tratase, un personaje manifiestamente inquieto que mira hacia la pared y da pequeños pasos hacia adelante, luego regresa a la posición anterior. Por fin arrima la silla al escritorio y se sienta. Las manos crispadas, los dedos se entrecruzan, algo importante quiere manifestar. (En ese momento pasó por mi memoria un operario de Altos Hornos Zapla que fue a la consulta y que al momento de expresar alguna dolencia me confesó que iba por otro motivo, se trataba de un conflicto sexual con su esposa y que pude resolver dentro de los limitados conocimientos de sexología que tenía, lejos de mi especialidad, la traumatología. Al momento de retirarse, le hice reintegrar lo abonado por lo que fue: simplemente un consejo. Con el tiempo recordando lo acontecido y ya con más conocimientos en el tema, me tranquilizó el hecho de no haberme equivocado).
¿Aquello era una repetición de lo acontecido con el operador de Zapla?

Por fin, rompiendo el tenso silencio me dice:
-Quiero… Quiero… Contarle algo más, doctor... No tiene que ver con la consulta.
Silencio…
El desconcierto anima mi preocupación.
Levanto la mirada y descubro, trasmutado, otro mundo. Repentinamente cambia el clima tenso que invadía el ambiente. Siento, ahora, su mirada con un dejo de tristeza. Se va rompiendo el hielo. El joven casi marcial se trasmuta en el más humano que busca revelar algo que lo atormenta, vomitar algo que lo angustia, poder expresar, confesarse con alguien y que le procure alivio. ¿Soy yo el elegido para semejante cometido?

-Sí… De que se trata.
-Soy militar. Capitán de Inteligencia.
Nuevamente el silencio se apodera del consultorio. Espero unos instantes y mirándolo decreto:
-Continúe.
-Bueno… Le cuento… -Ahora más tranquilo y relajado. Prosigue-, Pertenezco a la Sección de Inteligencia Jujuy con responsabilidad en la Primera y Segunda Región de Chile. Cuando se desencadenó el conflicto con el país vecino, hacen cuatro años, a un compañero, también de inteligencia, y a mí, nos mandaron de civil en forma encubierta para la reunión de información, teníamos que recabar datos del Orden de Batalla del Ejercito y Carabineros en la zona de responsabilidad, del ambiente geográfico de la región, informar de algunas posiciones y desplazamientos de las Unidades de combate, en especial del Regimiento Blindado 14 Rancagua por ser considerado núcleo de Brigada y dotado de los misteriosos tanques alemanes "Leopard". El 19 de septiembre presenciábamos la parada militar chilena en el Parque O´Higgins, era el Día de Las Glorias de las Fuerzas Armadas Chilenas. ¡Eramos dos clandestinos! 
Calla unos segundos, me mira escudriñando. Necesita un empujoncito para proseguir.
-Continúe, por favor. ¡A ver si puedo ayudarlo!
-Bueno. En definitiva… Nos descubrieron, fuimos apresados y torturados. Fue muy difícil…
-¡¡Ufaaaa!! ¡¡Torturados!! ¡¿Que les hicieron?¡

-Mire doctor. -Abre la boca. En la parte media de la lengua aparece un corte transversal profundo, ya cicatrizado que discurre de lado a lado.

La lengua es el órgano más móvil del organismo, con una gran sensibilidad al dolor, muy irrigado, luego muy sangrante; es por donde bebemos, comemos, respiramos, arrojamos, saboreamos, tosemos, hablamos para comunicarnos y de lenta cicatrización, está en contacto con el exterior, en consecuencia, con gérmenes del medio ambiente. ¿Cuánto tiempo sangró? ¿Cómo haría para alimentarse, beber, hablar, dormir? ¿En cuánto tiempo curó?

-¡No puedo imaginar semejante demencia!
-SÍ... Estuvimos, además, desaparecidos durante tres años. -Concluye.

Aquel militar es uno de nuestros héroes anónimos que hicieron lo imposible por la Patria. Este debe ser, seguramente, el primer homenaje al valor y patriotismo del ahora ignoto oficial en retiro. Carga el estigma de la maldad provocada en Chile; el mismo país que se vendió a los ingleses en la guerra de Malvinas. Lleva en su alma el deber cumplido.

Ahora sé dónde vive.

¡Quisiera abrazarlo…!

A.L.