(40º 25´ 06´´ de latitud N - 03º 42´
13´´ de longitud O)
Maharani
(31º 22´ 46´´ de latitud N - 75º 23´ 05´´ de longitud O)
Por solo una
tarde en nuestras vidas conocimos y escuchamos a la persona que (en su casa del
Barrio Santa Ana de Córdoba en el año de 1966) nos relató la siguiente historia:
La recién casada
con un empleado burócrata del Ferrocarril Belgrano, en la ciudad de Tucumán, no
armoniza su alcurnia y aspiraciones con la ocupación laboral del marido. Mujer
de empuje sobrenatural, tampoco concierta con las circunstancias de que su
reciente pareja proviene de esa otra clase social indefinida, resultante de
antepasados desaparecidos de fotos, escritos y hasta de la memoria. ¿Una confusión?
El desposado,
consonante con su estatus, no imaginó nunca tener que cambiar el ritmo apacible
de la burocracia, el asado de los domingos con amigos y la cantina vespertina,
por una vida social de fulgor… ¡Pero habría de ocurrir!
Luego del viaje
de himeneo, el empeño diario de la compañera fue guerrear otro rango para su
reciente marido, cueste lo que cueste; se trata de un fallo supremo. Primero lo
convenció del laborioso itinerario a cumplir para ascender hasta alcanzar su
esfera. Convencido -o resignado- a dejarse arrastras a otros designios para él
desconocidos, aceptó flexible.
Amparo Romero -para
la familia Tía Negra- recurrió a múltiples relaciones: solicitó recomendaciones
a conocidos e influyentes personajes, obtuvo audiencias con cuanto jerarca
pisara suelo de la ciudad, visitó a ministros, celebró entrevistas con el jefe
del regimiento y el mismísimo arzobispo. Mientras tanto, esperó infructuosa la
audiencia con el gobernador. No perdió el tiempo y se plantó, directamente,
ante el Jefe del Ferrocarril demandándole que Manolo Agüero fuera
ascendido a Jefe de Estación -por lo menos-. Era la pretensión mayor a la que
podía aspirar un empleado de planta en el norte argentino. El mando implorado
no era para la ciudad de cabecera por resultar demasiada exigente, sino en
alguna otra de menor jerarquía dentro del largo recorrido del “camino de hierro”
del FF.CC. Belgrano, el que parte de Retiro en Buenos Aires y culmina en la
Quiaca, localidad limítrofe con la República de Bolivia.
El Sr. Agüero,
con años en tareas burocráticas subordinadas y con algunos ascensos, resulta
testigo pasmado del impulso arrollador de Tía Negra en post de su
jerarquización. (¿Inspirada en la legendaria migración matriarcal de los renos
“Caribou”, de los lejanos territorios en Alaska?)
Manolo, convencido
y en una arrullada ilusión, se ve lucir un traje azul marino con saco cruzado,
galones de tres franjas en las mangas, botones metálicos, pantalón con ribete
blanco a lo largo de los costados y gorra de visera negra lustrosa con palmas
doradas y un letrero en el frente, también matiz oro, anunciando su escalafón soberano
que reza: “JEFE”. Pero, por sobre todo implicará la quimera del mando, en
consecuencia tendrá feudatarios, un salto cualitativo desde la sombría obediencia
hacia la resplandeciente superioridad; para mayor embrujo, una posición de
señorío en la ciudad de destino y que, por agregación, hará feliz a la recién
desposada.
Por aquellos años
quienes arrogaban potestad incuestionable en las localidades eran: el cura
párroco, el coronel del regimiento, el comisario, el intendente, el juez de paz
y el jefe de la estación. Protagonistas necesarios de los trajines festivos y
solución necesaria ante disputas, entredichos y conflictos; figuras con la
“última palabra”.
La pareja, para
robustecer su propósito, concurría a la misa matutina con confesiones y
comuniones diarias. El 13 de junio, día conmemorativo del santo Antonio de
Padua, al pie de su altar, suplicaron encontrar lo que buscaban. El 8 de junio rogaron
por la permanencia en el tiempo de la pareja a los santos Aquila y Priscila,
con la oferta penitencial de la abstención carnal -temporal-. En fin, rezos y
rogatorios implorando que aquello fuera dogmático: un “Mandato Divino”.
La ingeniosa
consorte espera con ansias, después de tantas oraciones, ver a su marido en una
posición de señorío; de paso, un mayor salario acorde a su linaje teniendo en
cuenta la condición social que ella impele y que, imperiosamente, su compañero
debe asumir sin melindres.
Está
irremediablemente dispuesta a trasladar el “nido” en post del cometido
superior: arribar a una posición social preferente y confortable.
Situación que carga como consecuencias de raíces españolas familiares
vinculadas a una protagonista de la historia; nada menos que la quinta mujer de
la más importante alteza, por
aquella época, en el norte de la India. Se trata del 7º Maharajá de Kapurthala,
el Raja-i-Rajgan Majaraja Sir Jagatjit Singh. Estatus irrenunciable para Tía
Negra que implica hacer honor y práctica acorde a un nivel consecuente de su
incuestionable alcurnia.
Como narra la
historia, todo vino a cuento a partir de la boda del rey de España, Don Alfonso
XIII, el 31 de mayo de 1906. Uno de los tantos invitados del esplendor mundial
al majestuoso evento, fue aquel poderoso príncipe de Kapurthala. Quien, una
tarde apartándose de todo protocolo, tuvo la ocurrencia de asistir, para su
deleite, al baile flamenco de la popular sala Music-Hall del Café “Central
Kursaal”, en la Plaza del Carmen esquina de la calle Tetuán, entre Puerta del
Sol y la Gran Vía de Madrid, donde actuara hasta la mismísima Mata Hari. Allí descubrió
en la presentación del espectáculo “La Noche de los Novios” con la consagrada
Consuelo Portela -La Chalito”- a dos hermanas “teloneras”; una de ellas, Ana
María Delgado Briones, hermosa malagueña de 16 años de edad, quien con su
encanto enajenó al noble indio y de la que quedó concluyentemente prendado, al
punto de proponerle matrimonio. Como cuento del Hada Madrina, Anita, luego de
algunos remilgos y convencida finalmente por su madre de la fabulosa propuesta,
envió una carta mal redactada y con gruesos errores ortográficos al príncipe
-ahora en Francia huyendo del atentado terrorista dirigido al Rey de España-
aceptando la boda propuesta. La misiva cayó en mano del escritor manco (víctima
de un duelo), Don Ramón del Valle-Inclán, quien pretendiendo satirizar la
relación en cierne, terminó floreciendo como su celestino. Concurrente habitual
a los cuplés de las hermanas Delgado, el literato mudó la
carta en una pieza poética notable, pasional, una fantástica y suprema
declaración de amor no soñada, en tiempo alguno, por la nobleza de la India;
dejando perplejo, flechado, al destinatario.
Pero Anita,
puntualmente adoctrinada por su progenitora, impuso tres condiciones previas a
la consumación nupcial. Primero: ser la cardinal y oficial del Príncipe, por
arriba del harén y con el impedimento de que “arrime” ninguna otra. Segundo: casarse
por la Ley Civil en Francia. Tercero: la ceremonia religiosa glorificada en
Kapurthala por el rito Sij, con los fastos y distinciones correspondientes, en
adelante, a “La Princesa”.
El casamiento,
por el culto oficial, se celebra en la mismísima heredad, el día 28 de enero de
1908. Preceden la ceremonia elefantes ricamente ataviados, el primero y más
viejo con una gran esmeralda con forma de media luna en su frente, el talismán protector.
Acompaña un séquito de nobles y pajes con vestimentas de solemnidad suprema.
Luego del festín
extendido por tres días y tres noches, al atardecer del cuarto, en el salón
dorado y ataviada con indumentaria real, fue invitada “La Princesa” a recibir
el presente de bodas. Entró solemne acompañada por el Príncipe hasta el foco del
paraninfo; allí, en una mesa dorada, ricamente tallada, descansa un cofre de
madera cerrado con su llave puesta. Vendados los ojos de Anita, la invitan a
que extienda hacia adelante los brazos con las manos juntas y abiertas hacia
arriba: se oye el giro de la llave del arca, luego hunde las manos en la misma
y trata de retener lo que más puede de un contenido tintineante, frio, duro y
múltiple. Cumplidos los pasos indicados, despojan la venda que impide la vista.
¡¡¡Oh…Sorpresa!!! Sus manos retienen piedras preciosas. Brillan, ante su mirada
atrapada: zafiros, amatistas, piedras de luna, aguamarinas, rubíes, diamantes,
granates, esmeraldas y perlas.
Cumplidas a pie
juntillas las condiciones impuestas, habitaron en Palacio, réplica barroca -algo
moderada- del de Versalles y el de Fontainebleau.
Conclusión: la
sencilla y bella bailarina, emparentada a Tía Negra, y en un santiamén, paso
a pertenecer a la dinastía Ahluwalia, ser la primera del harén en aquella
posesión y nombrada como la Maharani (Gran Reina).
Ocurrió en el
norte de la colonia británica.
Ana, en adelante
“La Princesa” -o Majaraní Rami Prem Kaursahiba- fue, por muchos años, esposa
del soberano por encima del resto del encierro.
Era costumbre,
para celebrar el onomástico del príncipe, en ceremonia pública atiborrado de
súbditos, hacerlo subir a una morrocotuda balanza y equilibrarla con su mismísimo
peso en oro de verdad; “milagro” no visto en parte alguna del mundo y que ni
Aladino y el genio de su lamparita pudiera acaecer.
Los prolegómenos
de la pareja ferroviaria que nos ocupa, en vista del nuevo destino, fueron
infinitos: misas de adiós con sermones de ocasión y comuniones en masa
celebradas por el Guardián del Convento Franciscano, mensajes, telegramas,
llamadas telefónicas a distancia, visitas formales a las autoridades cercanas,
recorrido de compras en los mejores negocios de indumentarias y calzados, té
con dulces y confituras para las señoras, asado con carne de
ternera, chorizos colorados venidos de España, vino tinto de marca en botellas para los señores
y el fraile; finalmente cena de despedida con menú, vajilla y mantelería
contratadas.
Por fin llega la
comunicación del traslado físico al nuevo destino. La orden rotula:
“JEFE de ESTACIÓN”
Designación.
El decreto,
escuetamente hace referencia a un lugar en la Provincia de Jujuy. La búsqueda
de noticias del ignoto puesto resultó problemática, en el mapa ferroviario
aparece ubicado antes de la frontera internacional en el norte argentino, sin
más detalles. Parientes, amigos y conocidos tampoco dan cuenta de aquella
localización.
-¿Querido.
¿Averiguaste adónde nos mandan? -Sermonea la esposa.
-A Pumahuasi. En
el norte de la provincia de Jujuy.
-Sí, eso vi en el
nombramiento; pero ¿cómo es la ciudad dónde vamos?
-Está en un
corredor significativo con un tráfico de personas y mercaderías de paso a
Bolivia.
-No… Te pregunto:
¡¿Como es la ciudad adónde te mandan?!
-La verdad que
ese antecedente no lo tengo; pero es importante ser el Jefe de la Estación.
-Bueno… No me
dices mucho… ¡La conoceremos…!
Fue el diálogo
antes del destierro.
Llegó el día
esperado, el de la partida. El equipaje fue a parar al vagón de cargas.
Aguarda, para la dupla, un camarote preparado especialmente. Los amigos y
parientes atiborran el apeadero, hay sollozos y frases de circunstancia. Suena
el tercer llamado de la campana para la partida y el silbato del guarda. La
pareja sube y reaparece en las ventanillas, tía Negra lleva puesto un sombrero
negro con tul bordado con flores blancas y guante de cuero oscuro en una mano
que agita un pañuelo perfumado con encajes de colores, con la otra, desnuda,
acaricia sus cachetes recogiendo lágrimas. Él, con el sombrero en la diestra
describe un amplio arco en el aire por encima de las cabezas de la multitud, su
mirada recorre al gentío. El crujido de los vagones desperezándose anuncia la
partida del tren en marcha lenta; se rompe el escenario…
La columna
ferroviaria, en su largo recorrido, hace paradas en sucesivas estaciones. En
Güemes ocurre un traslado de pasajeros: suben los venidos de Salta; en San
Salvador de Jujuy se demora casi una hora, allí trepan apresurados hasta
completar camarotes, primera clase y la segunda con butacas de rigurosa
pinotea, gran cantidad de valijas, cajas y bultos que rellenan los dos vagones
destinados para la carga. Reanuda la marcha y se va deteniendo sucesivamente en
los poblados de Yala, León -allí cambian la máquina a vapor por una con
cremallera para el ascenso de “Volcán”-, luego Tumbaya, Purmamarca, Maimará,
Tilcara, Huacalera, Uquía, Humahuaca, Tres Cruces, Abra Pampa, Puesto del
Marques y finalmente el destino asignado: Pumahuasi.
La noche oculta
la fisonomía del lugar. Descienden del tren; una luz opaca alumbra suavemente
el lugar, son los únicos pasajeros que pisan el andén, los esperan el Cabeza
saliente que viste un desteñido uniforme azul, lleva coronando una gorra
avejentada con visera, ribete dorado y una inscripción que anuncia: “JEFE”.
Saludos de rutina, se estrechan las manos, para la señora un beso en la
mejilla. Un peón de cargas traslada los bártulos en el carro de la estación y
los cuatro parten a la construcción contigua a la estación. ¡El nuevo hogar!
El acompañante
destraba del cinturón un manojo de llaves antiguas, busca con el tacto la que
corresponde a la habitación principal, emboca a ciegas la cerradura, gira la
llave y se abre la puerta lenta y ruidosa; enciende la iluminaciòn interior y aparece
una habitación extensa, una enorme cama de tientos con cochón recién atizado de
lana ovejuna en un rincón, la acompaña un cubículo de madera que oficia de mesa
de luz; un ropero de estilo francés desvencijado con la puerta abierta deja ver
un gran espejo en la cara posterior, en la parte inferior un cajón con tirantes
de bronce, más abajo una de las patas delanteras ausente la reemplaza un par de
ladrillos. Cuelga del techo un cable trenzado que sostiene un foco bombilla de
40 W. Tía Negra, perpleja, parada en el portal no se resuelve a entrar, con las
dos manos cubre la cara y la invade un llanto desconsolado… El JEFE saliente se
retira discretamente.
No
durmió y lloro toda la noche hasta deshidratarse. Al amanecer recupera su
carácter e inicia, sin consuelo, un prolongado recorrido de las otras
dependencias: en el baño un inodoro con tanque de agua suspendido y cadena
caracteriza el lugar, ducha sin bañadera y lavatorio reciente, la grifería es
de bronce, una ventana pequeña y en altura tiene el vidrio partido. En la
siguiente habitación está la cocina con un fogón a leña y abundante
hollín, en una de las paredes dos estantes vacíos, completan el equipamiento
una mesa cuadrada con tres sillas de madera. Finaliza el complejo, un depósito
ciego con piso de tierra. ¡Aquello era la desolación!
Tía Negra lloró
sin hacer nada, no comió por dos días. Al tercero, rescató nuevamente el valor
y su carácter batallador. Acomodó el equipaje abriendo las cajas y valijas
indispensables, el resto fue ordenado en el depósito contiguo a la pieza
principal. Averiguó donde comprar alimentos y salió a conocer el “pueblo”.
Encontró solo tres casas próximas, una de ellas clausurada con candado; lo que
parecía oficiar de calle principal, en realidad es la ruta 9. Por fin a
trescientos metros al norte un almacén. Completan el paisaje un infinito
altiplano a más de tres mil metros de altura, lo habitan burros con crespones
de colores en las orejas y a lo lejos un grupo de llamas; no existe ni un solo
árbol, solo pastos bajos y la monotonía del color. El viento sin descanso dibuja
remolinos de tierra, rematan el paisaje, al fondo, cadenas de montañas que se
ven lejanas. Una representación en aguatintas de la soledad.
Cocinó carne de
cordero con papas oca y sopa de fideos, de postre duraznos al natural. El
almuerzo transcurrió en silencio, fue la primera comida formal. Al final la
esposa, mirando fijamente al marido, le dice con pausa, pero con gran
seguridad: “Esto es peor que el infierno, no hay nada ni nadie, es un limbo, la
casa que te dieron, un rancho”. Agüero no supo que objetar.
Después de la
cena del quinto día, comunicó a su esposo que viajaría, primero a Tucumán y si
hacía falta a Buenos Aires; iría a comprar lo necesario para vivir como ellos
se merecían. Al siguiente día, vestida de domingo, esperó el arribo del tren,
el que procedía de La Quiaca. No descendió nadie y subió solamente ella,
tampoco bajaron carga alguna, solo llenaron el depósito de agua de la máquina
con la manga suspendida desde un gran tanque. Luego el nuevo JEFE dio la orden
de partida. Instalada en el camarote, en un acto de desahogo imperioso grito:
“esto no es ni apeadero, es un purgatorio”.
Aquello resultó
un páramo, tampoco era una estación verdadera, solo una parada para abastecer
de agua a la máquina. Cada muerte de obispo subía o descendía un pasajero; cada
quince días, bajaban algunas cajas para abastecer al almacén de doña Quipildor.
El periplo de la
señora incluyo las ciudades de Tucumán y Buenos Aires. A partir de entonces y
por muchos días cambió todo, se despertó la curiosidad de los burócratas que
controlaban el tráfico de cargas en Tucumán, aquello resultó insólito: grandes
y numerosas cajas tenían como destino, por primera vez en la historia, la
localidad de Pumahuasi; arribaban a destino haciendo detener más tiempo al tren
y convoca a los escasos pobladores que asisten azorados a tamaña novedad
tratando de adivinar el contenido de aquellos envíos dirigidos al JEFE. Se
“completó” la residencia.
El día del arribo
de la esposa congregó a los doce lugareños y la almacenera. La tía Negra bajó triunfante, vestida de
fiesta.
A partir de
entonces convocó, sucesivamente, a albañiles, plomeros y carpinteros, todos
venidos de La Quiaca, con ida y regreso gratuitos en tren. Pumahuasi adquirió
otra dinámica. La construcción desolada de los primeros días fue convirtiéndose
en un hormiguero de personajes especializados. Las estancias fueron atiborradas
de muebles estilo Luis XV y XVI. En el dormitorio, dobles cortinados en las aberturas
nuevas, una cama a la polonesa con un gran dosel, tocador curvo con un espejo
de crista biselado, cubre el piso una alfombra “mágica” estilo nórdico. Las
luminarias de bronce pulido con pantallas de vidrios esmerilados. Cerrajería
nueva colonial. En la cocina el fogón desapareció, una artefacto a kerosene con horno y
cuatro hornillas lo reemplaza y un aparador de madera vista lustrada, pileta de loza con grifería cromada.
Completan el complejo un comedor recien edificado que luce un trinchante y estantería cerrada
por puertitas vidriadas gravadas con motivos de caza, una gran mesa rectangular, seis sillas de respaldos con esterilla y asientos acolchados, manteleria y vajilla, todo del mismo estilo Los pisos cerámicos están decorados con mayólicas.
Lo asombroso e insólito de
aquella mutación resultó el agudo contraste entre la desolación de la
zona y aquel reducto palaciego inspirado en ei de Versalles. Un muestrario de
riquezas ornamentales y mobiliarias apostado en el aislamiento desértico de la
puna jujeña.
Pasado dos año, “Tía Negra”,
apelando a sus parientes, amistades y relaciones con el poder, logró una
entrevista con el mismísimo presidente de la Nación, Don Hipólito Irigoyen.
Concurrió a la Casa Rosada acompañado por su sobrino “Chango”. De aquella
reunión surgió el final de la insólita experiencia.
Pumahuasi perdió,
para siempre, el extraño remedo palaciego francés Luis XIV de Kapurthala en su
parada ferroviaria; habitada, entonces, por tres personas: el Jefe, su conyugue
y un mozo de estación.
Hoy
persisten mudos los cimientos, algunos restos de paredes y esta historia
enterrada por el tiempo, la que que nadie recuerda.