Estrés




“MIRADAS”
“La cárcel que te libera del estrés”.

En Corea del Sur implementaron un sistema que ofrece: “Confinamiento voluntario por 90 dólares la noche”.
“Quienes desean escapar de una rutina sofocante tienen la posibilidad de hacerlo, pero no en un spa sino en una cárcel”. La “Prisión Inside Me” (prisión dentro de mi). “…Ubicada al nordeste de Hongcheon”. En 2013, alojó 2.000 internos… “Un corte saludable y un remedio posible al agotamiento…”. Se “embuten” en celdas de 5 m2 dejado la ropa, todos sus objetos personales y la vinculación con el exterior. Lucen el traje azul de los reclusos.
La prisión me dio una sensación de libertad…, contó una programadora de 28 años, que decidió enjaularse por 24 horas.” (1)
Al decir de Viktor Frankl (2): una "Intención Paradojal" que se da con la sociedad actual, inmersa en una fatal competitividad dentro de la  compulsiva sociedad de consumo; por encima de los sentimientos y hasta de la naturaleza misma.
(¿Encierro vs. “libertad”?).


La tasa de suicidios en Corea del Sur es una de las más altas del Mundo, mayor a la de EE.UU. 
                   ______________

(1)  Entre comillas: Raquel Garzón. 
     Negritas y subrayado me pertenecen.

(2) Viktor Frankl: Famoso psicoanalista, considerado el tercero más importante de la escuela de Viena.
.









Lopez Rega

Lunes 1º de Julio de 1974

En Tucumán cumple años la esposa de Edmundo Jiménez, Susana, hija del diputado nacional que nos ocupa. Después del asado de tradición,  en la sobremesa, me arrimo al ex presidente de la Cámara de Diputados de la Nación: Nicasio Sánchez Toranzo, hermano del general José Antonio. Ávido por escuchar a un personaje importante en la historia política de Argentina, descubro en Nicasio una franca disposición a narrar episodios vívidos en su larga trayectoria política a partir de la formula Perón-Quijano; resulta una conversación amena con un interlocutor simpático y llano. Surgió del coloquio, como no era menos, un hecho sorprendente, increíble, poco conocido a pesar de su espectacularidad y de la jerarquía de los testigos presenciales: se refiere a lo ocurrido instantes después de la muerte del Presidente General Juan Domingo Perón en la residencia de Olivos.
A las 10:25 Perón respira con gran dificultad: es un ataque cardíaco. El Dr. Augusto Ceara lo conecta a un respirador. "Déjeme morir", implora  Perón. Una hora después, como en tantos otros casos finales, opera una recuperación pasajera al retomar un mejor ritmo cardíaco. (“La mejoría antes de la muerte”). Es entonces, en el impase, cuando dos de los médicos salen a la habitación contigua, donde están los más allegados al General esperando el irremediable desenlace. Momento que aprovecha el Ministro José López Rega,,(1) que está entre los que "velan", para pedir a uno de los médicos que lo acompañara afuera de la habitación y decirle, con la boca chica, al preocupado cardiólogo Carlos Seara: "Si lo sacás, te hago conde". El estupor cunde entre los presentes; mantienen, no obstante, silencio ante aquella desopilante promesa y las circunstancias extremas que viven.
Pero falta lo peor: A las 13:15 se abre la puerta y aparecen los doctores Pedro Cossio y Jorge Taiana quienes, pausados y solemnes, comunican el fallecimiento del Primer Mandatario de Argentina. López Rega, por entonces Ministro del Interior, con ojos desorbitados y un rictus extraño se despoja del saco, y mientras se arremanga la camisa, entra de improviso y a las zancadas a la habitación del recién fallecido; levanta con furia la sabana que le abrigan los pies, le sube el pantalón y descubre las piernas,  abraza con sus manos y fuerza inusitada ambos tobillos mientras grita desaforado: “¡¡Arriba mi General, usted no ha muerto, el pueblo lo espera!!”. Repite, una y otra vez, siempre a los gritos, la misma consigna hasta que dos de los  médicos le ordenan que se calme y  confirman: “Ministro, el Presidente ha muerto”. La Vicemandataria a cargo de la presidencia, Isabelita, observa la escena en silencio parada al lado de la cama…

José López Rega (apodado "El Brujo"). Perteneciente a la "Secta Anâel", es el “Hermano Daniel” y autor, entre otros, del libro “Astrología Esotérica". 

El Pescador nocturno



El Pescador

("No regales el pez, enséñale a pescar" ¿?)


Fue a las cinco de la mañana del martes 9 de octubre de 2018 en una casa del barrio Grand Bourg en Salta.
Todos duermen. Un sonido seco, proveniente de otra habitación, aviva azorada a la esposa que no acierta a saber si aquel ruido venía de algún sueño belicoso o provocado por la caída de un objeto. Permanece expectante. A los pocos minutos otra vez la cantinela breve, cortante, precisa. “¡Es real!”, piensa, y atina a gritar: “¡¡Que pasa!!”. Ahora despierta al marido que sentado en la cama asiste a un tercer golpe con idénticas características a los anteriores y lo impele a investigar: Se levanta, calza unas sandalias de poco ruido y va sigiloso recorriendo hasta arribar a la sala de entrada de la casa. No hay nadie, “deben ser golondrinas que llegan con la primavera y que, despistadas, golpean alguno de los vidrios de las ventanas”, especula; y se retira al dormitorio. Permanecía tratando de sosegarse cuando escucha una voz inusual, de ultratumba y lejana, casi tenebrosa que protesta: “Abra por adelante”. El desconcierto resulta total, una voz humana a esa hora lo invita abrir la puerta de calle. Nuevamente el calzado de antes; con temor supremo se aproxima al portal de ingreso a la vivienda, permanece unos segundos plantado, aterrado; por fin se anima y  pregunta: “¿Quién es?”. “Policía”; la contestación cortante, ahora tiembla y cavila: “puede ser un ladrón para que le abra la puerta”. El silencio se apodera de la escena, finalmente con la oreja pegada a la madera ausculta: “Somos la patrulla don Carlos, abra”. Lo conoce por el nombre. La paz redime su espíritu, destraba la puerta, y asoma temeroso la cabeza; efectivamente hay estacionado un patrullero y es un agente el que está del otro lado.
“Don Carlos, le estaban robando por la ventana”
“Casa de cemento armado con vigas y columnas poderosas, antisísmicas,  ventanas con marcos de quina, rejas de hierro redondo macizo a razón de una cada quince centímetros con travesaños cada cuarenta y batientes de los de antes con vidrios macizos. No puede ser que pretendan desvalijar por la ventana. ¡¡Imposible!!”, medita a las ligeras.
Termina de abrocharse el pijama y sale a la vereda, el agente policial lo conduce hasta el patrullero, sentado en el asiento trasero permanece un joven, muy joven; con cara de espanto que mira para el otro lado, permanece con las muñecas esposadas. “Pasamos por aquí y descubrimos que alguien se escondía detrás del árbol: es el muchacho que trataba de robarle por la ventana”. El dueño gira la vista hacia el lugar del hecho, está abierta, pero con la reja intacta. “¡¿Cómo puede ser?!...” Interroga sin comprender. “Venga”, y el policía lo conducen a la caja del patrullero, allí está la prueba del delito, florece un instrumento usado en la prehistoria cavernícola: una larga rama recta, en uno de sus extremos un gancho mal armado con alambre, el otro termina ramificado en “V” con una de las puntas afiladas y la otra más corta y roma. Ahora se trasladan al lugar del acontecimiento. Desde la ventana, abierta para atemperar el calor, se divisa en el interior una meza con mantel, encima una caja metálica cerrada de las que guardan utillajes, a sus costados algunas herramientas sobre la tela, una silla se interpone entre la mesa y el exterior. “No entiendo nada”, protesta el dueño de casa. El uniformado informa: “El garfio del extremo de la rama lo usó para atrapar la silla y correrla, de esa forma quedó el asiento delante de la mesa como se puede ver, y con el respaldo en posición lateral; con el otro extremo del palo bifurcado clavó el mantel y giró el instrumento hasta enrollar el tapete, quedó de esa forma firmemente capturado, después empezó a traccionar, cuestión que provoco la caída al piso de las herramientas sueltas;  y, seguramente, pensó que derribaría al fin  la caja en el asiento de la silla; allí si hubiera podido alcanzarla  introduciendo su  brazo a través del enrejado, abrirla y vaciar su contenido. Pero no llegó a ese punto cuando lo descubrimos”
El dueño de casa corrobora, en el suelo, a los costados de la escena: una pinza, un destornillador, una tenaza y un paquete de cigarrillos desplomados desde la mesa. Por fin se devela el motivo de los insólitos sonidos que hizo florecer, casi al final de la noche, el “pescador” noctivago.

Manual del conspirador



Manual del Conspirador

El episodio que nos ocupa -a principios de los 60- es el encuentro iconoclasta de dos líderes en el arte de ascender.

En los países que nos ocupan con culturas semejantes luego de los ibérico: pueblos originarios, colonizadores, colonizados, idioma, religión, mestizaje, aventura emancipadora, desterrados,  inmigrantes, etc. Se nos presentan dos personajes: uno  abogado de profesión y escritor de  vocación; coronel de caballería el otro. Nombrados agregados cultural y militar respectivamente en la misma embajada.

El letrado logra su jerarquía diplomática con la colaboración de la familia política: fue el primer ascenso en su ajetreada vida. Nació, "inicialmente", en un ignoto paraje ferroviario en otra Provincia, lugar de origen que fue trocado por un pueblo hermoso,  portal de las luchas emancipadoras: Yala. Demuestra, desde los primeros pasos, una  extraordinaria destreza en el arte de remontar.

El coronel de marras pasa desapercibido, para la historia que voy a narrar como el máximo conspirador. A partir del frustrado intento de fragote contribuyó eficazmente a destronar, vía golpes militares, a cinco presidentes. En el primer frustrado episodio el de 1951, es juzgado y condenado a cadena perpetua; no obstante, desde esa condición, permanece conspirando. Recupera la libertad -y algunos grados más- en la segunda algarada de 1955, la de septiembre. Partícipe principal de los sucesivos golpes marciales. 

Hay que saber que en las asonadas militares es condición necesaria, para quien pretende la presidencia de la Nacion,  ostentar el máximo grado militar: el de general; necesario para "sujetar" a los de menor jerarquía. En ese "trabajo" anda -después de participar en los golpes a Frondizi y luego a Guido- cuando derrocan al Presidente Arturo Illia, (so pretexto de ser "lento"). Por entonces un general de caballería apodado en la jerga castrense "capicua": Juan Carlos Onganía (sin haber aprobado la Escuela Superior de Guerra) fue "coronado" presidente de facto, quien pasado unos años  pretendió eternizar en la presidencia al estilo de las monarquías: en esa idea hizo aprontar una carroza (utilizada en 1910 por la Infanta Isabel de Borbón) para asistir a la Exposición de la Sociedad Rural de Palermo, equipada con cochero de galera, dos pajes de librea y cuatro caballos ataviados. En tales circunstancia, nuestro por entonces coronel, hizo tronar las ganas de Onganía y hizo traer, para el reemplazo, a un general ignoto, agregado militar en la Embajada Argentina de EE.UU. y coronarlo Presidente. Ahora el novel primer mandatario de facto, sabedor de los andares y aspiraciones de su "padrino", lo traslada, temporalmente, a la embajada donde ejerce el cargo de Agregado Cultural, nuestro abogado y escritor, quien narra la increíble historia que sigue: 

El relato tiene que ver con la curiosa metodología usada por nuestro Coronel para escalar posiciones (que supongo conocer yo solamente). El hombre de letras que me narra, con reserva, esta historia, "en paz descansa"). Y dijo así:

Ocurre en la Embajada, cuando el agregado militar se ausenta a su país natal por algunos días;  Se trata del coronel a un paso del ansiado y necesario ascenso a  General de Brigada.

¿Jácara? (Fábula)

 

En horas del amanecer de un domingo solitario, nuestro novelista, con el  pretexto de ordenar papeles en su despacho, deja su vivienda en Cuauhtemoc y contrata un remis para  llegar a la Embajada Argentina. Navega por su mente el deseo de encontrar algo que ronda en su imaginación florida para enriquecer sus novelas fabulosas: Arriba a destino, paga el viaje y desciende. Parado en la vereda cavila un instante, se aproxima al ingreso principal de la delegación diplomática: llave en mano gira suavemente, abre el portal, lo suficiente,  mete la cabeza para certificar que todo está en calma: el guardián  duerme apoltronado. Entra, cierra con delicadeza la puerta, camina hasta el habitáculo del custodio, cauto investiga: y lo descubre sentado en un sillón de esterillas, ronca mientras abraza, agatas, un FAL con la culata gastada por el desuso crónico. Recorre el hall, luego el pasillo lateral; en tinieblas se dirige, cauteloso, a su escritorio   (deambula un territorio conocido) entra, prende la luz, en el bufete remueve papeles, corre y descorre la silla principal, camina describiendo círculos innecesarios como afirmando su presencia en territorio propio; sale, se dirige hasta el baño donde permanece unos minutos, hace correr el agua del inodoro, acciona la canilla del lavatorio y espera: ¡sin novedad! Deja el sanitario. El silencio es total. Camina en puntillas de pie, esta vez se detiene ante la puerta de la oficina que corresponde al agregado militar: la del coronel ausente; acciona el picaporte con suavidad, la puerta se abre, entra rápido, ubica el pulsador para encender una luz, cierra la entrada, parado al medio del recinto recorre con la vista pausado, meticuloso, el habitáculo; se aproxima a una biblioteca atiborrada de libros muy bien alineados, inclina la cabeza para leer los lomos, descubre uno que le llama la atención, el más consumido, anuncia estrategias, lo abre y hojea buscando no sabe qué, lo cierra y coloca en su lugar. Su mirada sigue indagando aquel mundo militarizado. Se aproxima al escritorio con la mesada vacía, la rodea hasta arribar al sillón, se sienta, continúa observando desde esa posición todo. Finalmente se anima, mira detenidamente tres cajones a cada costado del pupitre; con pudor descorre una de las gavetas, en su interior una cartuchera de pistola, es de cuero crudo y está vacía, al fondo dos cargadores repletos, cierra el compartimiento; abre el segundo y aparecen, deslumbrantes, un conjunto de galardones con cintas de colores, en el tercero se destaca una pila de pliegos oficiales: decretos con abundantes sellos y firmas diversas. Clausura la inspección en la hilera derecha y levanta la mirada, las paredes divulgan fotografías enmarcadas de paradas militares presididas por el militar en una progresión sucesiva de años y  con los respectivos grados, estos anunciados por charreteras con  sus correspondientes estrellas. Gira el asiento, detiene la vista en el pequeño mástil de madera lustrada con pica de metal que sujeta la bandera nacional; al medio de la pared un gran cuadro ecuestre del General San Martín. Detiene el recorrido visual y se relaja en la poltrona pensativo. De pronto sacude su conciencia el lugar y la hora en que se encuentra y decide completar la inspección. Ahora dirige su curiosidad en los cajones de la izquierda: descorre el primero, divisa una cantidad importante de tarjetas personales bien alineadas,  agrupadas por abecedario, lo cierra; desciende al segundo, allí descansa lo inesperado: una pila de papeles manuscritos con tintas de colores. Levanta la primera hoja, está escrita con caligrafía prolija,  sucesivamente se entera de cartas personales, otras referidas a protagonistas del ejército  clasificadas por Unidades con datos militares. Agotados los manuscritos y en lo más profundo de la gaveta revela, azorado, un sobre con un título intrigante que anuncia: "PERSONAL". ¡Por fin algo prometedor! Ante el hallazgo la curiosidad se agudiza, el corazón acelera sus latidos, la frente delata  gotas de transpiración, intuye algo inaudito, toma el sobre, lo examina lentamente por sus dos caras ¡Está abierto! Ingresa ceremonioso extrae dos hojas, las desdobla y extiende sobre el pupitre: son manuscritas en tintas negra, azul y roja. Título: "Coroneles seleccionados para el ascenso". En la primera línea se revela, en letras mayúsculas de imprenta, nombres y apellido, grado y rama, luego de un guion aparece el de una mujer, entre paréntesis la condición que los articulan y al final la unidad del ejército a la que está destinado. Concluye cada línea, encerrados en círculos, un número en progresión, ordenados de arriba abajo. En la siguiente hoja aparecen los números anteriores y a continuación una adjetivación (de una sola palabra o de varias) todas se denotan indignas, degradantes y concluyentes para la conducta castrense; así hasta completar el listado.

 

Por ejemplos:

 

(1):… (2):… (3):… etc.  Con epítetos descalificarte, suficientes para no ser ascendido.

 

Eran aquellas anotaciones los dato "non santos" dedicados a cada uno de los camaradas coroneles aspirantes al generalato próximo, y competidores a la hora de la calificación para la promoción.

 

Con los años, aquella estrategia plasmada en las dos hojas manuscritas y coloridas, coronada con adjetivos definitivamente "indignos" para los estándares marciales, y dedicados a cada posible competidor, resultó plenamente eficaz. El coronel de la embajada logró el ascenso, no solo a  General de Brigada, luego a los de División y Teniente General como Jefe del Ejército; final de su carrera político-militar, plagada de astucias y golpes de estados. Fue, además, el único poseedor del secreto del lugar donde fue enterrada, en su última etapa, Eva Duarte de Perón.  (Embalsamada por el discípulo español del que hizo igual labor con el cuerpo de  Lenin, el Dr. Pedro Ara, quien trabajó entre 1953 y 1955).

Se trató del secreto mejor guardado. Escondida con nombre ficticio en una tumba del cementerio de Milán. Fue la moneda de cambio para sus aspiraciones.

 

Nuestro personaje culminó su "carrera" llegando a ser: 

¡¡Presidente de la República!!


Salmón Rosado






SALMÓN ROSADO

Una tarde calma y ardiente del verano en el pueblo verde de lluvias, estimula a la tertulia. Estamos invitados mi esposa y yo.
El anfitrión: un escritor  famoso –premiado en “La Casa de las Américas” por el mismísimo Comandante Fidel Castro-; por entonces agregado diplomático en un país latinoamericano. (Época, aquella, en  que fue hecho Presidente Argentino Don Arturo Frondizi). Completan el grupo la cónyuge del galardonado y una pareja venida de los Estados Unidos: unión convenida entre un conocido periodista y escritor argentino y una joven bella y frágil norteamericana.  Yo ajeno, por aquellos tiempos, a toda presunción literaria.

         Recorremos, en el Fiat 600, los veinte kilómetros hasta el caserío. Calles de tierra húmeda y veredas enmohecidas; todo enmarcado por cerros encrespados. 
      La casona del convite permanece oculta por antepechos de piedra bola amañadas con calicanto y cubierta de enredaderas. Para ingresar al solar se accede   por un portón con dos hojas de hierros forjados. Luego aparece un parque amplio, en su centro  la casona de barros -tesoro arquitectónico colonial-. En la fachada una puerta de roble con banderola,  a los costados ventanas selladas con rejas. En el vasto jardín  hacen alarde: árboles, plantas exóticas y  manchones florales. Un sendero de lajas arrimadas nos traslada al ingreso.
Hacemos tronar un aldabón de bronce con cabeza de león que sacude una corona de laureles. Pasa un tiempo y se abre la puerta; nos recibe una empleada solícita; viste zapatos con cordones, medias grises, bata azul hasta los tobillos, puños bordados, delantal, guantes  y cofia blancos. 

         -Bunas tardes. –Me animo.
         -¿El señor y la señora…? -Pregunta.
         -Alfredo y mi esposa Silvia. -Respondo. (2)
         -Sí. Por favor adelante. Los esperan. –Concluye.
Al ingresar florece deslumbrante el interior de una extensa habitación atiborrado de vejeces y muebles de estilo. Se disponen, alrededor de una mesa grande, aparador y trinchante,  sillas y sillones chippendales. Encuadran el recinto muros saturados de pinturas telúricas. En la pared izquierda una puerta  deja ver un escritorio con  bibliotecas atosigadas de libros.
Preside el evento un arreglo florar en el centro de la mesada y una araña colonial colgada.
         La dueña de casa nos recibe con una amplia sonrisa… El resto de contertulios, ya presentes, se levantan y saluda. En voz alta, la dueña de casa, presenta: “Alfredo y Silvia amigos jujeños. Nuestros convidados: Ana Maria y su compañero Osvaldo, ellos viven en Estados Unidos. Tomen asiento”. Se desacomodan los dos escritores en un extremo, cerca de la biblioteca; nosotros en el otro vértice.
      Durante las presentaciones advierto que la rubia desconoce, en absoluto, el idioma español. Se trata de una mujer atractiva que  responde solo con gestos de difícil comprensión, su esposo  refriega acento porteño. 
         El anfitrión, es la figura principal, muy reconocido socialmente: Empático, cálido, ostenta un arrollador magnetismo con sus acólitos. Si, conozco su mirada de costado, furtiva, tos en carraspera al momento de alguna pregunta urticante. Con destreza instrumental paseó por  el mundo con la diplomacia y las letras. El casamiento resulto vital para sus aspiraciones.      
 
Finalizada la rutina iniciática, la pareja de invitados intercambian, por algunos instantes, frases en idioma inglés; enseguida el visitante gira en su asiento para enfrentarse al amigo escritor e inician la plática en riguroso castellano.
La dueña, con arrestos cortesanos, vestida de fiesta, entra y sale desde la cocina con platillos de colaciones. Con su intermitente presencia rompe, por momentos,  el diálogo intelectual. La  mesada se va colmando de manjares. Copas de cristal para champaña y    Whisky...
       El  diálogo va in crescendo entre los eruditos, se barajan nombres y citas bibliográfica de libros, pasando por anécdotas, condimentadas con citas textuales y recitadas con fidelidad; poco a poco se va plasmando un contrapunto. Pasados los minutos, las horas, aquello resulta  un duelo, un ejercicio de arrogancia intelectual, una carrera de quien conoce más. Se juega el deseo de mostrar erudición, de someter al otro. Agotada la posibilidad de seguir con atención la disputa, se amontonan y confunden en mis oídos nombres y circunstancias. Con esfuerzo capto algunas referencias como la de Flannery O`Connor criando sus pavos reales  y su cuento corto “La buena gente del campo”.  Con libro en mano, el dueño, lee párrafos de “Diario Argentino”, del  escritor polaco Witold Gombrowicz -venido a estas tierras huyendo de la segunda guerra mundial- es el que dijo: “Maten a Borjes”.(1) (7) Retruca el visitante con más referencias y convocatorias memorizadas. También ingresan al ambiente los latinoamericanos.    Aparecen y desaparecen escritores famosos, nobeles, y otros no tanto; también, citas, anécdotas y hasta encuentros personales.
Los únicos actores de aquel "espectáculo" resultan los prosistas. Un duelo interminable. Una pelotera por imponer sabidurías. El resto de parroquianos ausentes, invisibles, empalagados.
Estoica la dueña de casa no descansa, va y vuelve reponiendo platillos, un repertorio inagotable; por momentos se sienta y escucha fragmentos del dialogo. 
        Transito una eternidad y navego sin rumbo.  
La norteamericana -ausente del idioma hispano- repasa con la vista los detalles del mobiliario y las antigüedades, permanece callada, inanimada, ausente. Pasan las horas. La noche se anuncia apagando la lumbre de las ventanas y se inflama la araña colonial.
Pasò mucho tiempo desde el brindis inicial con champaña al momento del whisky. Mientras continúa la pugna, la invitada neoyorquina toma por su cuenta el botellón escocés que vierte en su vaso, sin demoras lo ingiere y  repite la rutina. Los hablantes siguen ensimismados en su combate, ausentes del resto. La norteamericana, sin expresión, se va perdiendo en un infinito inexorable. Finalmente desagota, sin pudor, el contenido de la botella; anoto desde mi posición su rictus triunfal, pero no me animo a intervenir, ni a "despertar" a los locuaces ante una realidad  totalmente ajena al combate; ni siquiera insinúo lo que acontece. ¡Una misión imposible!
En acto final de paquetería la anfitriona, ausente de lo que le sucede a la extranjera, reaparece con un envase metálico abierto conteniendo fetas de salmón rosado venida de Suecia, una exquisitez pocas veces vista, de costo exorbitante por aquellos años; depositado en el centro, entre las escudillas, resulta un final de "nivel". La ignota invitada baja la vista y la fija en la novedad del pez nórdico rebanado; ignorada, deja pasar algunos minutos, finalmente acerca decidida su diestra al pez de la lata y toma con delicadeza, entre pulgar e índice, una delgada feta que, siguiéndola con su mirada, la hace recorrer un lento  ascenso hasta donde el brazo se lo permite; ya en estricta verticalidad, con la cara vuelta hacia arriba y la boca abierta, libera la presa para que en caída libre acierte exactamente embocada; la situación se repite feta a feta hasta vaciar el contenido. Los protagonistas de la contienda siguen en su lucha sin cuartel con citas y nombres ajenos a la nueva situación, la dueña de casa también en su afán de ir y volver con sorpresas comestibles.
La extranjera escucha un duelo indescifrable. Ignorada,  permanece “sin entender ni jota”. Liberada, en un acto concluyente ante el abuso, eleva rumbosamente uno a uno sus miembros inferiores y deposita los pies, ahora desnudos, sobre la mesada entre bombones y cristalería con los consiguiente destrozos y batahola. ¡Por fin la realidad despierta y aterriza en la casona! Todos miramos azorados el espectáculo feroz y justiciero. “Un batuque”. La mujer es ahora la protagonista. Aflora su dignidad sepultada, su incomunicación absurda y el olvido aterrador en una circunstancia desopilante. Ya no valen citas, autores, anécdotas. ¡La gran estrella es ella!
¡Se desmorona la torre de Babel!
El paisaje de la noche y sus sombras se manifiesta con precisión puntual.


-Alfredo, por favor, ayúdame, no se puede parar. –Me implora el dueño de casa.
-Sí. Claro…
Entre los dos la elevamos y depositamos en el asiento trasero del automóvil... Arranca e inicia la marcha. ¡Se van perdiendo en la distancia y en la noche las carcajadas triunfales de  Ana Marìa!

Un gran reloj de pared marca la hora en que  despiertan los murciélagos. 

_____________________



(1) - Pasadas varias décadas de aquel combate, pude encontrar -luego de una ardua búsqueda-, al citado autor polaco en su “Diario Argentino” y su anti poesía donde apunta: “No hay cosa más instructiva que la experiencia y por eso empecé a realizar algunas muy curiosas: leía cualquier poema alterando intencionalmente su orden de tal suerte que se convertía en un absurdo y ninguno de mis oyentes -finos y cultos, por cierto y fervientes admiradores de aquel poeta- advertían la treta; o, analizando en forma detallada el texto de un poema más extenso, comprobaba con asombro que los “admiradores” ni siquiera lo habían leído completo. ¿Cómo puede ser esto entonces? ¿Admirarlo tanto y no leerlo? ¿Gozar tanto de la “precisión matemática” de las palabras y no percibir una fundamental alteración en el orden de la expresión? Pero lo que pasa es que todo este cúmulo de ficticios goces, admiraciones y deleites están basados sobre un convenio de mutua discreción…”.

Loro Viejo



Loro Viejo
                                                                  
A ocho kilómetros de Tilcara, por la ruta 9 y la provincial 14, hacia la Cordillera de los Andes, a una altitud cercana a los 3.000 metros sobre el nivel del mar, existe un poblado con ranchos desperdigados,  durazneros y flores rosadas a la vera de la ruta  
Un capataz hábil y trabajador con dos subalternos “media cuchara”, cansinos, levantan una alquería de adobes hechos con fango y paja; al techo lo sostiene  tirantes de pinos, encima un enjambre de cañas cubiertas con una torta de barro; el piso de cemento  alisado, de color azul en los dormitorios, y verde en el resto; las puertas sin  banderolas y ventanas de madera, provienen de antiguas casas demolidas, adquiridas en  negocios de compraventas. Todo imprime un talante que conmemora a los fines del siglo XIX. Rodean el evento, sauces llorones, álamos, molles, tuscas, algunos cactus y maizales. Es un valle que discurre al lado del río. En la falda de la montaña, al frente, resiste el tiempo un antigal; otrora viviendas precolombinas que todavía ocultan su historia entre restos de cimientos, paredes,  y fragmentos de cerámicas decoradas; se trata de la más extensa y antigua ciudadela precolombina de la Quebrada de Humahuaca. Todo enmarcado por cordilleras que, a partir del cerro amarillo, se conjugan en la lejanía y completan el  portentoso cuadro de colores terrenales en contraste con el intenso cielo y los borbollones de las nubes, o con la noche salpicada de diminutas luces tímidas.
El “Jefe” de los constructores, con habilidades múltiples, algunas innatas otras no tanto, trabaja el barro, las piedras, y los tirantes: como a la arcilla los artesanos, a las rocas los marmoleros, o a los troncos los carpinteros.

Nuestro personaje acaba de cumplir algunos años en la cárcel:
Aconteció unos años atrás cuando se le ocurrió comprar una ambulancia en ruina, desbastada y olvidada en un baldío. Monumento agotado que solo conmemora trajines inexorables. Nuestro hombre la supo pagar como chatarra: “por dos pesos”. Con esfuerzo inicial logró mudar de aires las llantas mohosas con cubiertas graves, por otras bien pintadas luciendo gomas usadas pero redivivas. Enganchada a un tractor fue arrastrada y ubicada en un callejón retirado y solitario del poblado. Pasados algunos días, el lugar se transformó en un taller “hechizo” con ajetreos sin pausas: "de sol a sol". Después de cuatro meses el viejo vehículo reluce con las mismas condiciones de antaño. ¡Un auténtico milagro! La pintura blanca brillante resalta las leyendas inscriptas en rojo intenso que con letras de molde anuncian: “AMBULANCIA” y en caracteres más pequeños: “Emergencias Médicas”. Completa el equipamiento una potente sirena, la cruz luminosa, y luces centellantes en el techo. El vehículo fue bautizado y aprobado por viandantes y vecinos como “La Ambulancia del Albañil”, apta para un destino noble en aquellas tierras remotas. (Nunca se supo quién fue el filántropo que aportó los caudales necesarios para tamaña obra de renacimiento). Completado el trabajo, fue sometida a la “prueba de ruta”: un viaje (sin  enfermo), por el demoníaco camino con infinitas curvas y cornisas abismales que conduce, por màs de cien kilómetros, desde La Quiaca hasta el muy bello y olvidado pueblo de Santa Victoria Oeste. ¡Verdadera cata de fuego!
El segundo y definitivo destino fue un desmantelado pueblito ubicado a unas decenas de kilómetros de la frontera con Bolivia, en el extremo norte de la geografía Argentina. El protagonista se instaló, con los ayudantes, en una casa desocupada y alquilada a un pariente ausente. Ubicaron la ambulancia bajo un cobertizo en el baldío vecino.
La curiosidad propia de los lugareños, incluida la de policías y funcionarios aduaneros, fue satisfecha con un pliego dactilografiado ¿"oficial"? que reza:

Ministerio de Salud de la Nación
-AUTORIZACION-
 Por la presente se permite el traslado de enfermos dentro de nuestra jurisdicción. Asimismo se hace extensiva la presente a ciudadanos de la República de Bolivia en los casos que, por la gravedad y urgencia del caso, sea requerida desde el país vecino para su transporte a un centro de salud de mayor complejidad”.
Rematan una firma ilegible y un dudoso sello aclaratorio
“Responsable Zonal de Emergencias Médicas y Traslados”.


       Ya instalados en el poblado y  luego de algunos días de inactividad, un domingo al anochecer acontece el viaje inaugural: ¡Al volante nuestro héroe, en forma repentina por las calles de la ciudad altiplánica resuena la sirena, imperiosa! Se abre paso entre niños que juegan a la pelota y perros vagabundos. Detiene la marcha en la cola de vehículo que esperan completar trámites para el paso de frontera. Empleados y gendarmes ya enterados, por “el  boca en boca”, del vehículo sanitario y la misión altruista a la que está destinada, despejan el paso con urgencia y queda libre el puente "Gobernador Guzmàn" sobre el río que delimita la frontera.
       El regreso ocurre en poco tiempo, al anochecer; esa vez el gruñido vertiginoso del motor, las luces encandilan, la bocina intermitente y el ensordecedor chillido de la sirena movilizan a los uniformados de modo tal que ya próximo al control, ligeros, abren nuevamente el paso. Se detiene en el registro brevemente, solo reporta el nombre del enfermo. Reanuda la marcha, de nuevo la alarma, la bocina y las luces... Transita escoltados por dos cordones de  policías bolivianos y gendarmes argentinos de a pie que saludaron con gestos militares el raudo y polvoriento decurso de la ambulancia que se pierde en el infinito desierto de la Puna.
En lapsos irregulares, pero con “intermezzos” de algunos días, cruza la frontera y regresa de igual forma: breve parada en los controles, alli informa el nombre del desventurado en grave estado. La rutinaria y breve inspección ocular del interior del móvil, deja ver una silueta humana reclinada en la camilla que, tapada hasta la coronilla, desaparece bajo una tela blanca con  manchas rojas: revelación de un maltrecho. Al lado un enfermero. Inunda el recinto quejidos lastimeros de dolor. El sanitario, con la mano izquierda en alto, sostiene el envase de vidrio de un goteo y su leyenda: “Solución glucosada”, desde el botellòn la fina tubería desaparece debajo de la sábana que cubre al mórbido, con la derecha soporta la máscara de oxígeno conectada a un tubo de metal arrinconado y sujeto con dos abrazaderas; al costado una caja de madera abierta pintada de blanco con una cruz roja que anuncia: “BOTIQUIN", en su interior” deja ver jeringas, vendas, algodón, gasas, frascos, un tensiómetro y cajitas de medicamentos varios. el conjunto urge a muerte y se adueña de la escena.
       El permiso para sortear los controles se hace apremiante. El derrotero a recorrer no  espera, una cuestión que tiene que ver con la solidaridad internacional, con los derechos humanos.
Las urgencias se repiten, el ayudante luce delantal blanco y gorro de enfermero. Figura de un acaecimiento; sacude la curiosidad de  ancianas y niños que salen a la vereda ante el sonido,  imperioso. El recorrido por las ciudades fronterizas convoca una muchedumbre; un gesto de reconocimiento a tanta entrega.
La gesta funciona “a todo trapo”. Por cuestiones rutinarias, un día, cambia la dotación, son gendarmes ajenos a los viajes de nuestros protagonistas. Detenida la ambulancia, uno de los nuevos guardias  argentinos tiene la curiosidad de subir al habitáculo posterior: observa detenidamente la escena, por fin descorrer la cubierta ensangrentada. ¡Ohhh! ¡Sorpresa! El paciente, metido en una camisola blanca, no presenta ninguna mancha  encarnada y dibuja en su rostro un gesto de confusión suprema; se lo ve saludable y con los zapatos puestos. El oficial ”semblanteador” advierte que la tubuladura del "suero" no se conecta a ninguna parte y la máscara de oxígeno no emana gas. Ante este cuadro saludable decreta, sin más trámites, al enfermero que desciendan, y al “paciente” que se levante y haga lo mismo; procede a destrabar la camilla y ordena a dos compañeros que la retiren. ¡Aparecen, ahora, tres grandes fardos de tela gris bien sellados con cinta de embalar!
El final de los traslados arriba con el decomiso de “la blanca” y la detención de la dotación "sanitaria". Así finaliza esta parte de la historia.  
_______________________

“¿Ya pasó el loro viejo?” Pronuncia el antiguo chofer de ambulancia. “No todavía”, contestan a coro los dos ayudantes del albañil y retoman, nuevamente, sus trabajos barrosos.
El poniente tiñe el paisaje de naranjas, los vientos de la tarde exalta el arrullador rose de las hojas de los  árboles; la tarde enciende el encanto del panorama, 
revolotean  bandadas de pericos verdes impregnando la campiña con sus chillidos típicos. El reclamo por el paso del loro viejo se repite todas las tardes, cuestión que comienza a intrigar al propietario. ¿Por qué esperar a un loro en vuelo que pase sobre la obra y ser, además, viejo?
       La clave para entender la ocurrencia tiene que develarse:
       Dirigiéndose al albañil, el dueño interroga:
       -¿Cómo es eso de si ya pasó el loro viejo? –Risas.
-Lo que ocurre -responde-, es que los loros jóvenes, con el buche lleno, andan en bandadas dando vueltas y persiguiendo a las loras. Van gritando de contentos un tiempo largo antes de buscar en los álamos sus nidos, pasan y vuelven a pasar un buen rato antes de la noche, cuando el sol se está perdiendo. De repente aparece uno solitario que va volando recto, es el loro viejo que ya comió; como no le interesan las loras y ya no tiene tanta fuerza, va desde la chacra  directo al nido. ¡Es la hora en que nosotros, también, nos vamos a las casas!

       Una rutina centenaria de los pobladores de "Juella" que, prescindentes de mecanismos complejos, como el de los relojes, el  tiempo de terminar la tarea diaria lo marca, puntual, la naturaleza con el paso del loro viejo. Es la hora de dejar las herramientas e ir a buscar sus nidos...

Trasnoche



Función de Trasnoche

Av. Santa Fe

____


Hospital Dr. Ricardo Gutiérrez

Calle Gallo 1330

Buenos Aires

1976


-Francisco. ¿Terminaste el trabajo de cadera?

-Me falta un poco.

-Son las dieciocho.

-Media hora más. ¿Por qué?

-Hoy sábado dan una película en trasnoche que parece buena.

-No, prefiero quedarme, estoy  mal dormido. Otra vez será. Además mañana tenemos que ver a Maya Plisetskaya en el Luna Park…

-Salgo enseguida, no tengo la entrada y es posible que se acaben.

-¡Suerte!

-Te dejo en la heladera lo que quedó del medio día.

-Bueno…

Me saco las prendas de hospital y visto las de “civil” con el camperón de cuero crudo. Las noches del invierno son rigurosas en Buenos Aires y caminar muchas cuadras  desde el Hospital hacia Avenida 9 de Julio por  Santa Fe, amerita el abrigo. Destino: un cine con función trasnoche.

Sentado en una butaca del medio, compruebo como  la platea se completa... Termina la proyección, pude ver una buena película; estoy satisfecho…

Emerjo de la sala con el gentío que se dispersa en busca de sus vehículos. En un santiamén desaparecen todos, como por arte de magia, quedo solo. Camino en la senda izquierda rumbo al nosocomio.

Las vidrieras de la gran avenida deslucen con los negocios apagadas, la iluminación escasa proviene del alumbrado público. Solamente diviso, en la vereda de enfrente, una persona dos cuadras adelante,  un revistero acomodando en el exhibidor los diarios del nuevo día. Camino cansino, relajado, remoto, ermitaño.


El revistero va concluyendo su tarea. De pronto, un automóvil Ford Falcón color verde claro aparece unas cuadras más adelante y se aproxima muy manso por la amplia calzada pegado al cordón de enfrente. Unos metros antes de mi marcha el rodado cambia de ubicación, ahora se cruza hacia la vereda por donde yo transito, sigue su decurso lento; diviso en su interior uniformados que me observan… El corazón acelera sus latidos y  retumban en los oídos; la descarga de adrenalina opera impiadosa: piel fría, ojos abiertos, músculos tensos, dientes bien  apretados. Por mi mente pasan desordenados, apremiantes reflexiones.

Continúo caminando “insensible”; de reojo veo pasar a mi lado el automóvil que frena atrás seguido de un repentino disturbio: escucho alborotos provocados por las aperturas de las puertas del vehículo, el retumbo de botas a la carrera sobre las baldosas y el sonido espeluznante de los instrumentos que se aprontan; me estremecen. Siempre de reojo advierto que estoy sitiado por los costados y seguramente también por atrás, el más próximo a mi izquierda, trepado al umbral de la entrada de una casa, está a no más de dos metros y porta un arma larga que apunta. Por mi mente pasan desordenados, apremiantes reflexiones:
¿Debo mantener la calma?: Sí.
¿Me detengo y giro para preguntar?: No.
¿Mirarlos solamente?: No.
¿Tengo en el bolsillo la libreta de enrolamiento?: Sí.
¿Acelero los pasos? No.
¿Cambio de vereda?: No.
¿Corro?: ¡Nunca!.
¿Mantengo hacia adelante la mirada?: Sí…
Reparo en mis hijas y en mi esposa que quedaron en Jujuy.  
Queda libre, solamente, la calzada hacia adelante, despejada para huir. Nadie habla, el silencio se apodera del “teatro de operación”. Concilio mis pensamientos y concluyo: continuar caminando al mismo ritmo, lento, con la mirada hacia adelante como un ciego, sordo y mudo que no se turba por el acaecimiento (pienso: “¡no me pertenece!”); solo busco llegar a la esquina, giro hacia la izquierda por la calle Rodríguez Peña, cruzo la plaza en diagonal, luego Azcuénaga, Montevideo, Paraguay y desde allí en un interminable zigzag, siempre a contramano y a la sombra de los autos estacionados; cuadra a cuadra me acerco al antiguo Hospital de la calle Gallo al 1300, mi “vivac”.

En el dormitorio del primer piso, al lado de la jefatura del Servicio de Traumatología, Francisco Camacho, mi colega y compañero, duerme profundamente. Descalzo me siento en la cama y permanezco un largo rato; luego, recostado por encima del cubrecama, vestido de calle sin el camperón de cuero crudo, miro fijamente el perpetuo techo blanco…



  1. Los acontecimientos en la avenida Santa Fe,  permanecen indeleble, y un interrogante: “¿Qué hubiera sobrevenido si corría desesperado?”. También se disputan mis pensamientos noticias, por aquellos días, de psiquiatras jóvenes, difusores de las nuevas corrientes de la psiquiatría, asesinados y abandonados en baldíos de la ciudad....


Nunca, en mi ajetreada vida, olvido aquella “función de trasnoche con rumor a muerte".