El Pescador
("No regales el pez, enséñale a pescar" ¿?)
("No regales el pez, enséñale a pescar" ¿?)
Fue a las cinco de la mañana del
martes 9 de octubre de 2018 en una casa del barrio Grand Bourg en Salta.
Todos duermen. Un sonido seco,
proveniente de otra habitación, aviva azorada a la esposa que no acierta a saber
si aquel ruido venía de algún sueño belicoso o provocado por la caída de un
objeto. Permanece expectante. A los pocos minutos otra vez la cantinela breve,
cortante, precisa. “¡Es real!”, piensa, y atina a gritar: “¡¡Que pasa!!”. Ahora
despierta al marido que sentado en la cama asiste a un tercer golpe con
idénticas características a los anteriores y lo impele a investigar: Se levanta,
calza unas sandalias de poco ruido y va sigiloso recorriendo hasta arribar a la
sala de entrada de la casa. No hay nadie, “deben ser golondrinas que llegan con
la primavera y que, despistadas, golpean alguno de los vidrios de las ventanas”,
especula; y se retira al dormitorio. Permanecía tratando de sosegarse cuando
escucha una voz inusual, de ultratumba y lejana, casi tenebrosa que protesta:
“Abra por adelante”. El desconcierto resulta total, una voz humana a esa hora
lo invita abrir la puerta de calle. Nuevamente el calzado de antes; con temor
supremo se aproxima al portal de ingreso a la vivienda, permanece unos segundos
plantado, aterrado; por fin se anima y
pregunta: “¿Quién es?”. “Policía”; la contestación cortante, ahora
tiembla y cavila: “puede ser un ladrón para que le abra la puerta”. El silencio
se apodera de la escena, finalmente con la oreja pegada a la madera ausculta:
“Somos la patrulla don Carlos, abra”. Lo conoce por el nombre. La paz redime su
espíritu, destraba la puerta, y asoma temeroso la cabeza; efectivamente hay
estacionado un patrullero y es un agente el que está del otro lado.
“Don Carlos, le estaban robando
por la ventana”
“Casa de cemento armado con vigas
y columnas poderosas, antisísmicas,
ventanas con marcos de quina, rejas de hierro redondo macizo a razón de
una cada quince centímetros con travesaños cada cuarenta y batientes de los de antes
con vidrios macizos. No puede ser que pretendan desvalijar por la ventana. ¡¡Imposible!!”,
medita a las ligeras.
Termina de abrocharse el pijama y
sale a la vereda, el agente policial lo conduce hasta el patrullero, sentado en
el asiento trasero permanece un joven, muy joven; con cara de espanto que mira
para el otro lado, permanece con las muñecas esposadas. “Pasamos por aquí y descubrimos
que alguien se escondía detrás del árbol: es el muchacho que trataba de robarle
por la ventana”. El dueño gira la vista hacia el lugar del hecho, está abierta,
pero con la reja intacta. “¡¿Cómo puede ser?!...” Interroga sin comprender. “Venga”,
y el policía lo conducen a la caja del patrullero, allí está la prueba del
delito, florece un instrumento usado en la prehistoria cavernícola: una larga
rama recta, en uno de sus extremos un gancho mal armado con alambre, el otro
termina ramificado en “V” con una de las puntas afiladas y la otra más corta y
roma. Ahora se trasladan al lugar del acontecimiento. Desde la ventana, abierta para atemperar el calor, se divisa en el interior una meza con mantel, encima una caja metálica cerrada de las
que guardan utillajes, a sus costados algunas herramientas sobre la tela, una silla se
interpone entre la mesa y el exterior. “No entiendo nada”, protesta el dueño de
casa. El uniformado informa: “El garfio del extremo de la rama lo usó para atrapar
la silla y correrla, de esa forma quedó el asiento delante de la mesa como se
puede ver, y con el respaldo en posición lateral; con el otro extremo del palo
bifurcado clavó el mantel y giró el instrumento hasta enrollar el tapete, quedó
de esa forma firmemente capturado, después empezó a traccionar, cuestión que
provoco la caída al piso de las herramientas sueltas; y, seguramente, pensó que derribaría al fin la caja en el asiento de la silla; allí si hubiera
podido alcanzarla introduciendo su brazo a través del enrejado, abrirla y vaciar su contenido. Pero no llegó a ese punto cuando lo descubrimos”
El dueño de casa corrobora, en el
suelo, a los costados de la escena: una pinza, un destornillador, una tenaza y un
paquete de cigarrillos desplomados desde la mesa. Por fin se devela el motivo de
los insólitos sonidos que hizo florecer, casi al final de la noche, el “pescador”
noctivago.