5 de junio de 1950. San Salvador de Jujuy.

 



Ave Fenix.

 

    Están sentados para almorzar en el comedor de diario del segundo patio: el padre ocupa el extremo norte de la mesa, la madre el del sur y los hermanos los laterales. Luego del rezo previo a la sopa, el menor decide informar:

-Papá, la maestra Pilar Más nos dijo que el día lunes que viene -dentro de cinco días- debemos concurrir a las 8 de la mañana a la Escuela, sin los útiles y con guardapolvo bien limpio. Vamos hacer el cordón escolar en la calle Belgrano.

-Si, Ya lei en el diario quien llega a Jujuy el lunes.  -El silencio se apodera de la escena, todos son conscientes de lo que el progenitor piensa  (conservador sin pifias, hasta la médula). Luego de un interregno eterno se anima el hijo:

-¿Me das permiso?

-¡NO! Vos no vas, no hace falta. Mejor podes quedarte hasta más tarde en la cama.

-Pero yo quiero ir…

-NO, ya te dije.

Al otro día se repitió el dialogo con igual ruego y resultado; así sucesivamente. Llegado el domingo anterior al evento, el ruego se hace insistente, casi dramático, ahora con lágrimas.

-Parece que es muy importante tu presencia… ¡¡Esta bien!! Puedes ir… -Pontifica el padre.

Primer insomnio de su vida. La imaginación vuela con los recuerdos; el más fuerte es la visita a la casa de un compañero en Villa San Martín, al lado de la barrera del ferrocarril en la bajada a Los Perales. La vivienda tiene la puerta de ingreso abierta: hace sonar las manos y sale una señora, es la madre de su compañero.

-Hola señora. ¿Esta su hijo, es mi compañero?

-Si. Le aviso. –Espera.

-Hola José.

-Hola.

-Vine por la lección de ayer de la maestra Pepita, la de religión. ¿Me la prestas para copiarla?

-Sí. Pasa. Esperame aquí en el comedor, voy a buscarla. Ingresa y descubre en la habitación: sobre el piso de tierra, al medio, una gran mesa de tablones, sillas con esterillas y un mueble aparador arrimado a la pared del fondo, al lado de una ventana descubre, desconcertado, una especie de santuario: en la pared, al centro, un cuadro con marco ovalado de madera lustrada y vidrio abombé, contiene una fotografía pintada, muchas veces vista en casas de la villa; debajo de la imagen, una pequeña mesa con mantel blanco  bordado que soporta varios candelabros con velas de diferentes alturas, todas encendidas; un llamativo conjunto multicolor, en la pared flores de papel rodea el conjunto dándole solemnidad, misticismo: es la dimensión de cuánto fervor despierta, en los barrios más humildes, aquella estampa. Finalmente reaparece el amigo con el encargo.

-Gracias José. –Y regresa por la vía del tren hasta la escalera de piedras que conduce a la avenida. Deambula maquinal, la mente repite al infinito la imagen del santuario.

Al día siguiente en la escuela espera el recreo largo y se acerca a donde está el compañero, al que visitó el día anterior.

-José… Decime: ¿el altar que tienes en el comedor  de tu casa lo visitan los vecinos?

-Sí, casi todas las noches.

-¿En otras casas tienen lo mismo?

-Sí. Claro. Nosotros también vamos a rezar. hay muchos en la villa.

Regresa a su domicilio con la idea de caminar por otras villas. ¡Y las sospechas se hacen realidad! En algunas viviendas, con las puertas de calle abiertas, dejan ver, con velas encendidas,  decoraciones parecidas con la imagen en el centro rodeada con flores.

 

    Es una mañana irrefutable, vehemente. Parte de su hogar mucho antes de las ocho de la mañana con el delantal impoluto. La circunstancia es inaudita: por las calles rondan gentes diferentes, familias completas, muchos se dirigen a la estación del ferrocarril para esperar la llegada del tren; allí se dirige (fueron el insomnio y los silbatos nocturnos de las maquinas lo que gobernaron sus pasos). En el andén, enjambres humanos con sus bártulos dificultan caminar. Negros armatostes humeantes rechiflan con larga cola de vagones cargados con pobladores que van llegando venidos de los pueblos. Otras formaciones descansan en vías secundarias. La escena apronta la imaginación: se respira fervor, entusiasmo.

Sale del quilombo. Encara la plazoleta que luce la escultura de  Lola Mora. Recorre la calle principal hasta su final, al pie del incipiente barrio de Ciudad de Nieva:  En lo alto hay un descampado con algunas casas  ocultas entre los matorrales; desde arriba, rebuscando atajos menos traumáticos, se despeñan familias completas. Es un día frío, nublado. Se perciben aromas multitudinarios y respira otro tiempo, místico, expectante, en silencio, un cuadro mudo del "renacimiento". Ese día, antes del esperado, el rumor tranquilo de la ciudad se revuelve en pasión incontenible por la noche. De madrugada, una llovizna insolente bañó veredas de lajas. Gentíos, como hormigueros abiertos, transforman todo, a un punto desconocido. Las gentes venidas destellan enfundadas con sus principales prendas; “Chaguancos” envueltos en túnicas blancas y con sus cabellos en  “simba”, marchan a pies descalzos. Algarada de rostros nuevos. Un día único en la historia de la Ciudad.

Finalmente, rumbo a la Escuela. Por calle Alvear apura el paso esquivando charcos. El infortunio aparece imprevisto y cruel: en el apuro de la marcha, antes del Mercado Central, pisa una losa floja de la vereda y sale proyectado un chorro de fango inclemente,  espeso, que baña el inmaculado delantal. Detiene el recorrido, está confundido, piensa: “Si regreso a mi casa no tengo otro guardapolvo limpio, si voy a la Escuela me rechazan”. Finalmente decide arriesgar: “que lo decida la maestra” piensa. Reanuda la marcha, ingresa al edificio, divisa otro escenario inesperado: sinnúmero de familias se ubican con colchones y mantas en las aulas y galerías de ambos patios de la Escuela Belgrano. Es un tumulto, se obliga  encontrar a sus compañeros. Una ordenanza,  asombrada, le pregunta: "¡¿Que te paso?!": y el alumno explica lo ocurrido dos cuadras antes. “No puedes hacer el cordón, tienes que cambiar el delantal”, fue la admonición... ¡Pero no renuncia! Resuelve enfrentar el infortunio y encuentra a su maestra…

-Buen día señorita.

-Buen día. ¡¡¿Que te pasó?!!

-Pise una laja suelta y me ensució el delantal con barro.

-Si. Pero en estas condiciones no puedes hacer el cordón… Debes regresar a tu casa, no te tendrás  ausente. –Indulgente la docente le sonríe… Ante su sorpresa el niño suelta el llanto:

-Señorita yo quiero ir… ­-Se instala un silencio temible. Finalmente el veredicto.

-Bueno, si tanto lo quieres puedes acompañar, pero quedarás detrás de la primera fila del cordón. -Una sensación imperecedera de consuelo le recorre todo el cuerpo, una risa indefinida brota como respuesta. ¡Es el final feliz!

Le toca una vereda en la calle principal. La maestra del tercer grado, lo ubica detrás de dos  compañeros, los más bajos. ¡Podría ver plenamente los acontecimientos!

 

La espera parece de siglos. La vereda está atosigada de gentes, nadie habla, el mutismo es total.  Algo intenso, maravilloso, esperan ver "en carne y hueso". En conclusión:  agitación y  murmullo generalizado en ascenso desplaza al silencio; un bosque oscuro en movimiento lento se acerca por el centro de la calzada. Ya están a menos distancia y el rumor va en aumento hasta provocar  algarabía, indescifrable: asoma el auto negro brillante descapotado -nunca antes apreciado- ostenta un moño patrio en la trompa, escoltado por hombres de a pie que siguen el ritmo de la marcha -a la cola un gentío-. Irrumpe dentro del coche   descapotado la imagen anhelada. Viste un saco negro, pollera clara, cabellos muy rubios que cancela un rodete. Sitiada por escoltas de a pie.  Al momento de pasar enfrente nuestro se desata un júbilo indefinible: semblantes hechizados denotan ardor, felicidad. Un ser “celestial” saluda desplazando lentamente sus brazos muy extendidos, las  manos blancas, frágiles, acarician a la multitud. Serena, los ojos negros y la sonrisa encienden la escena. Una lluvia de flores saturan la calzada,  flameo de pañuelos blancos derraman en el horizonte. 
    La escena se satura de arrebatos y llantos: 

¡¡Por fin!! ¡¡Ella, de verdad!!

     ¡Por fin…! 
 ¡¡¡ E V I T A !!!


San Salvador de Jujuy, 5 de junio de 1950 a las 10.40 hs.

(Pasados unos días, nuestro protagonista, va a ver en el frente del negocio de fotografías en la calle Belgrano, el de Cuevas, un panel vidriado colgado de clavos en la pared, deja ver fotografías numeradas de la visita de la “Abanderada de los Humildes”; con motivo de las inauguraciones del “Hogar Escuela Gobernador Mercante” y de la “Clínica de Recuperación Infantil Termas de Reyes” (las imágenes están para la venta). Una de ella perdurar en su memoria: “Está Evita en Termas de Reyes parada en la entrada del complejo, sobre la calle, frente a ella una cola de mujeres y hombres lugareños. En su mano izquierda sostiene una pila de billetes muy bien atesorados, con la derecha extiende uno de ellos al primero de la fila, una larga cola espera su turno.


El ave Fénix también tiene el poder de transformarse en un pájaro de fuego, y es del tamaño de un águila. Por su muerte de manera diferente, por su renacimiento a partir de la destrucción, el ave Fénix se ha convertido en un símbolo de fuerza, de purificación, de inmortalidad y del renacer físico y espiritual.