Ave Fenix.
Están sentados para almorzar en
el comedor de diario del segundo patio: el padre ocupa el extremo norte de la
mesa, la madre el del sur y los hermanos los laterales. Luego del rezo previo a
la sopa, el menor decide informar:
-Papá, la maestra Pilar Más nos dijo que el día lunes que viene -dentro de cinco días- debemos concurrir a las 8 de la mañana a la Escuela, sin los útiles y con guardapolvo bien limpio. Vamos hacer el cordón escolar en la calle Belgrano.
-Si, Ya lei en el diario quien llega a Jujuy el lunes. -El silencio se apodera de la escena, todos son conscientes de lo que el progenitor piensa (conservador sin pifias, hasta la médula). Luego de un interregno eterno se anima el hijo:
-¿Me das permiso?
-¡NO! Vos no vas, no hace falta.
Mejor podes quedarte hasta más tarde en la cama.
-Pero yo quiero ir…
-NO, ya te dije.
Al otro día se repitió el dialogo
con igual ruego y resultado; así sucesivamente. Llegado el domingo anterior al
evento, el ruego se hace insistente, casi dramático, ahora con lágrimas.
-Parece que es muy importante tu
presencia… ¡¡Esta bien!! Puedes ir… -Pontifica el padre.
Primer insomnio de su vida. La
imaginación vuela con los recuerdos; el más fuerte es la visita a la casa de un
compañero en Villa San Martín, al lado de la barrera del ferrocarril en la
bajada a Los Perales. La vivienda tiene la puerta de ingreso abierta: hace
sonar las manos y sale una señora, es la madre de su compañero.
-Hola señora. ¿Esta su hijo, es mi
compañero?
-Si. Le aviso. –Espera.
-Hola José.
-Hola.
-Vine por la lección de ayer de la
maestra Pepita, la de religión. ¿Me la prestas para copiarla?
-Sí. Pasa. Esperame aquí en el
comedor, voy a buscarla. Ingresa y descubre en la habitación: sobre el piso de
tierra, al medio, una gran mesa de tablones, sillas con esterillas y un mueble
aparador arrimado a la pared del fondo, al lado de una ventana descubre,
desconcertado, una especie de santuario: en la pared, al centro, un cuadro con
marco ovalado de madera lustrada y vidrio abombé, contiene una fotografía
pintada, muchas veces vista en casas de la villa; debajo de la imagen, una
pequeña mesa con mantel blanco bordado que soporta varios candelabros con
velas de diferentes alturas, todas encendidas; un llamativo conjunto
multicolor, en la pared flores de papel rodea el conjunto dándole solemnidad, misticismo:
es la dimensión de cuánto fervor despierta, en los barrios más humildes, aquella
estampa. Finalmente reaparece el amigo con el encargo.
-Gracias José. –Y regresa por la
vía del tren hasta la escalera de piedras que conduce a la avenida. Deambula
maquinal, la mente repite al infinito la imagen del santuario.
Al día siguiente en la escuela
espera el recreo largo y se acerca a donde está el compañero, al que visitó el
día anterior.
-José… Decime: ¿el altar que
tienes en el comedor de tu casa lo visitan
los vecinos?
-Sí, casi todas las noches.
-¿En otras casas tienen lo mismo?
-Sí. Claro. Nosotros también vamos
a rezar. hay muchos en la villa.
Regresa a su domicilio con la idea
de caminar por otras villas. ¡Y las sospechas se hacen realidad! En algunas
viviendas, con las puertas de calle abiertas, dejan ver, con velas
encendidas, decoraciones parecidas con la imagen en el centro rodeada con
flores.
Es
una mañana irrefutable, vehemente. Parte de su hogar mucho antes de las ocho de
la mañana con el delantal impoluto. La circunstancia es inaudita: por las
calles rondan gentes diferentes, familias completas, muchos se dirigen a la
estación del ferrocarril para esperar la llegada del tren; allí se dirige
(fueron el insomnio y los silbatos nocturnos de las maquinas lo que gobernaron
sus pasos). En el andén, enjambres humanos con sus bártulos dificultan caminar.
Negros armatostes humeantes rechiflan con larga cola de vagones cargados con
pobladores que van llegando venidos de los pueblos. Otras formaciones
descansan en vías secundarias. La escena apronta la imaginación: se respira
fervor, entusiasmo.
Sale del quilombo. Encara la
plazoleta que luce la escultura de Lola Mora. Recorre la calle principal
hasta su final, al pie del incipiente barrio de Ciudad de Nieva: En lo alto hay un descampado con algunas
casas ocultas entre los matorrales; desde arriba, rebuscando atajos menos
traumáticos, se despeñan familias completas. Es un día frío, nublado. Se
perciben aromas multitudinarios y respira otro tiempo, místico, expectante, en
silencio, un cuadro mudo del "renacimiento". Ese día, antes del
esperado, el rumor tranquilo de la ciudad se revuelve en pasión incontenible
por la noche. De madrugada, una llovizna insolente bañó veredas de lajas.
Gentíos, como hormigueros abiertos, transforman todo, a un punto desconocido.
Las gentes venidas destellan enfundadas con sus principales prendas; “Chaguancos”
envueltos en túnicas blancas y con sus cabellos en “simba”, marchan a pies descalzos. Algarada
de rostros nuevos. Un día único en la historia de la Ciudad.
Finalmente, rumbo a la
Escuela. Por calle Alvear apura el paso esquivando charcos. El infortunio
aparece imprevisto y cruel: en el apuro de la marcha, antes del Mercado
Central, pisa una losa floja de la vereda y sale proyectado un chorro de fango inclemente, espeso, que baña el inmaculado delantal. Detiene
el recorrido, está confundido, piensa: “Si regreso a mi casa no tengo otro guardapolvo limpio, si voy a la Escuela me rechazan”. Finalmente decide arriesgar:
“que lo decida la maestra” piensa. Reanuda la marcha, ingresa al edificio,
divisa otro escenario inesperado: sinnúmero de familias se ubican con colchones
y mantas en las aulas y galerías de ambos patios de la Escuela Belgrano. Es un
tumulto, se obliga encontrar a sus compañeros. Una ordenanza, asombrada, le pregunta: "¡¿Que te
paso?!": y el alumno explica lo ocurrido dos cuadras antes. “No puedes
hacer el cordón, tienes que cambiar el delantal”, fue la admonición... ¡Pero no
renuncia! Resuelve enfrentar el infortunio y encuentra a su maestra…
-Buen día señorita.
-Buen día. ¡¡¿Que te pasó?!!
-Pise una laja suelta y me ensució
el delantal con barro.
-Si. Pero en estas condiciones no
puedes hacer el cordón… Debes regresar a tu casa, no te tendrás ausente.
–Indulgente la docente le sonríe… Ante su sorpresa el niño suelta el llanto:
-Señorita yo quiero ir… -Se
instala un silencio temible. Finalmente el veredicto.
-Bueno, si tanto lo quieres puedes acompañar, pero quedarás detrás de la primera fila del cordón.
-Una sensación imperecedera de consuelo le recorre todo el cuerpo, una risa
indefinida brota como respuesta. ¡Es el final feliz!
Le toca una vereda en la calle
principal. La maestra del tercer grado, lo ubica detrás de
dos compañeros, los más bajos. ¡Podría ver plenamente los
acontecimientos!
La espera parece de siglos. La
vereda está atosigada de gentes, nadie habla, el mutismo es total. Algo intenso, maravilloso, esperan ver "en carne y hueso". En conclusión: agitación y murmullo generalizado en
ascenso desplaza al silencio; un bosque oscuro en movimiento lento se acerca por el centro de la calzada. Ya están a menos distancia y el rumor va en
aumento hasta provocar algarabía, indescifrable: asoma el auto negro
brillante descapotado -nunca antes apreciado- ostenta un moño patrio en la trompa, escoltado por hombres de a pie que siguen el ritmo de la marcha -a la cola un gentío-. Irrumpe dentro del coche descapotado la imagen anhelada. Viste un saco negro, pollera clara, cabellos muy rubios que cancela un rodete. Sitiada por escoltas de a pie. Al
momento de pasar enfrente nuestro se desata un júbilo indefinible: semblantes hechizados denotan ardor, felicidad. Un ser “celestial” saluda desplazando lentamente sus brazos muy extendidos, las manos blancas, frágiles, acarician a la multitud. Serena, los ojos negros y la
sonrisa encienden la escena. Una lluvia de flores saturan la calzada, flameo
de pañuelos blancos derraman en el horizonte.
La escena se satura de arrebatos y llantos:
¡¡Por fin!! ¡¡Ella, de verdad!!
¡Por fin…! ¡¡¡ E V I T A !!!
San Salvador de Jujuy, 5 de junio de 1950 a las 10.40 hs.
(Pasados unos días, nuestro protagonista, va a ver en el frente del negocio de fotografías en la calle Belgrano, el de Cuevas, un panel vidriado colgado de clavos en la pared, deja ver fotografías numeradas de la visita de la “Abanderada de los Humildes”; con motivo de las inauguraciones del “Hogar Escuela Gobernador Mercante” y de la “Clínica de Recuperación Infantil Termas de Reyes” (las imágenes están para la venta). Una de ella perdurar en su memoria: “Está Evita en Termas de Reyes parada en la entrada del complejo, sobre la calle, frente a ella una cola de mujeres y hombres lugareños. En su mano izquierda sostiene una pila de billetes muy bien atesorados, con la derecha extiende uno de ellos al primero de la fila, una larga cola espera su turno.