El Examen
Nací
en San Salvador de Jujuy. Mi madre cordobesa es hermana de otras once ramas del
mismo tronco.
Durante
algunos de los veranos, después de las fiestas de fin de año en mí terruño, solía viajar a Córdoba a casa de mi abuela en Caseros 830, una cuadra
posterior al Amparo de María y Colegio Santo Tomás, con su iglesia neogótica en la esquina.
Allí transcurren parte de mis vacaciones en algunos estíos.
A finales de la década de 1940 sumo yo no más de nueve años de edad, y viajo a
la ciudad de Córdoba en tren para unas holganzas diferentes. Urbe que aparece ante mi fantasía como un emporio de novedades
interminables. En estas circunstancias mi abuela y madrina, Doña Lola, me manda
hacer algunas compras al almacén de la esquina: en Caseros y San José de
Calasanz. Uno de los hijos del comerciante es médico reciente, pero ya famoso por sus cualidades humanas y profesionales. En el vecindario se habla
con respeto y admiración por la capacidad y bonhomía del doctor; situación que llama mucho la atención.
Un día a la semana, a
partir de la otra esquina, sobre la calle Artigas, se monta una feria de frutas
y verduras. Apenas se ingresa por el callejón central, surge arrogante una gran olla férrea rematada con dos grandes manijas, en su interior
espera el aceite hirviendo fisgoneado por un bracero; el cocinero, de delantal
blanco, porta una enorme jeringa metálica: dispositivo integrado por un grueso
cilindro con terminación dentellada, como si de la parte
superior de una muleta se tratara, una culata està diseñada para ser apoyar en el
hombro y se prolonga en un vástago al estilo de las bielas y penetrar el cilindro. Relleno el dispositivo con engrudo (agua con harina), el ranchero acomoda
el extremo en el hombro, toma las manijas, tracciona con fuerza mientras se
hunde el pistón de tal forma que sale la masa por el extremo fenestrado y caer en el aceite generando burbujeos mientras dibuja, en forma
continua, círculos concéntricos hasta colmar la superficie;
pasados unos minutos el color blanco de la preparación se torna dorada, en este punto
extrae la “rosca”, la dispone sobre una mesa empapelada con rapidez, munido de pinza y tijera la secciona en tramos de no más de
20 centímetros, todos iguales; finalmente espolvorea con azúcar: y vocifera: “churros calientes, los que quiere la gente, a un peso la docena”.
Los
fines de semana en el gran lago del Paseo Sobremonte, lanchitas y autitos a
pedal navegan en círculo todas las tardes de los sábados y domingos. (Antes de
la construcción del enorme edificio de la Municipalidad, sostenido por enormes
clavos de acero).
Otra
de las novedades, en estos años felices, es el tranvía que baja por la calle
Corro y concluye su recorrido en la terminal, no lejos de la casa de mi abuela.
El conductor, parado, manipula una pulida y dorada manija que da velocidad al
carromato eléctrico, antes de cada esquina hace tronar una campana anunciando su paso; de tanto en tanto, para
cambiar de vías, detiene la marcha, baja con el largo barreno que oficia de palanca entre los rieles. El guarda, también
parado, se aburre en la parte posterior.
Un día, como
por arte de magia, brotan en muchas esquinas céntricas heladeras pintadas de rojo con
anuncios blancos, ofrecen el famoso refresco oscuro en botellitas de vidrio. También puestos callejeros, montados sobre ruedas y con techo, están equipados
con un novedoso adminículo llamado licuadora y una barra de hielo que raspada por una cajita metálica con hendidura y filo se colma de agua congelada, molida, lista para el "licuado de banana con
leche"; un clásico para siempre.
Otras
veces, en el “asiento rumble” de la parte de atrás de una cupe Ford 1936,
acompaño a mi tío Oscar que recorre, guiado por anuncios en el diario “Los
Principios”, propietarios que anuncian inmuebles en compra o venta, ofreciendo sus servicios de
escribano.
Un
mundo de novedades. De todo ello, lo que queda para siempre en la
memoria por trascendente, es el registro indeleble del médico joven idolatrado por el barrio.
Finalizados los estudios primarios en la escuela Belgrano y secundarios en el Colegio
Nacional de San Salvador de Jujuy; motivado profundamente por mi padre y
su profesión de galeno en su entrega al servicio de todos, me imprime la decisión de ingresar a la carrera de Medicina de la Universidad Nacional de
Córdoba; donde egresó también él, en la década de los años 30. Mi
primer examen, el de Anatomía Descriptiva, preparado a conciencia con los amigos y compañeros: Jorge Bit Chakoch y Ernesto Mármol, resulta un fracaso total: La noche anterior, en casa de Jorge del Barrio San Vicente, hacemos el repaso
general que duró hasta las primeras horas del día “D”; luego de dormir muy poco,
despierto ya sobre el tiempo del examen,
me visto rápido y salgo a la calle para tomar el ómnibus. Al llegar a la Cátedra, en el Hospital de Clínicas, encuentro al Profesor adjunto, Dr. Antonio,
cerrando el registro de alumnos, le explico mi tardanza y accede a incorporarme
al listado que firmo finalmente; calculo en dos horas, al menos, para que
llegue mi turno. Decido continuar el repaso con el libro muy cerca de la Cátedra, en el umbral de Anatomía Patológica... Grande fue mi sorpresa cuando desperté pasado mi turno, corrí a la Cátedra y el examen había concluido, los profesores ya no
estaban. (Había confirmado mi presencia, me llamaron y no estaba. ¿El primer aplazo? ¿Un
cero? No, el primero de la carrera no se computa). Explicar el increíble final
de mi experiencia inaugural a los amigos fue una tarea ímproba, al punto que
decidí mentir, incluidos padres y parientes; la información ventilada: “Fui bochado”.
Vivo
en un departamento de Caseros 2030, alquilado por el amigo jujeño Èdison Ramón Alfaro Ocampo,
también estudiante de medicina, dos años adelante. Es él, quien me invita, una
tarde de 1959, a una asamblea estudiantil en el Aula Magna del Hospital Clínicas.
¡Es mi participación inaugural en la vida estudiantil! Se debate, entre los
partidos Reformistas y el Integralista, aspectos del gobierno tripartito; no
hay acuerdo y la discuciòn sube de tono. Mi amigo milita en la agrupación Humanista, fracción estudiantil casi inexistente al punto que es el único
representante en el debate. En el furor de la batalla verbal, mi amigo, pide la palabra
en varias oportunidades sin resultado; yo a su lado no entiendo nada. Finalmente,
el presidente de la asamblea pontifica: “Tiene la palabra el compañero Alfaro
del Humanismo”; es un Integralista que trata de “digerir” el debate y que a
ojos vistas van perdiendo. Me llama mucho la atención que lo individualice tan
nítidamente en el alboroto multitudinario. ¡Silencio en el anfiteatro! Édison
Ramón proclama: “Vengo a impugnar la asamblea por no estar presente la mitad más uno
de los estu…”; no lo dejan concluir; a partir de ese momento siento caer sobre
mi humanidad todo tipo de proyectiles: bollos de papel, tizas, borradores,
mechados con un vocerío aturdidor y proclamas partidistas mientras los reformistas se apresuran
a retirarse, finalmente lo hacen los del otro bando. Quedamos, mi compañero y
yo, solitarios, averiados… Inmortal experiencia en las lides estudiantiles. Con
el tiempo entiendo cuál puede ser una de la
estrategia para desbaratar una convocatoria. Llevo vívidos un sinfín de
acontecimientos, motivos para otros relatos…
Marzo
de 1963, curso la mitad de la carrera. Consulto, en el transparente de la Cátedra de
Medicina Interna, los días de clases teóricas y de prácticos. El primer día, apoltronado
en la “tribuna” del Aula Magna, esperamos al Profesor; el recinto esta colmado y
los rezagados se sientan en la escalinata, hay también algunos graduados y los
ayudantes de cátedra, se respira un clima de expectación. "Aquel profesor debía
ser importante" medito. Por fin ingresa, saluda, recorre con la mirada el
recinto colmado: “Esta es la primera clase, les ruego mucha atención, pueden
hacer preguntas, no usen grabadores” pronuncia. Gira, toma una tiza y escribe
una enumeración de temas, el silencio es total; comienza la Clase Magistral. La curiosidad me
invade: ¿Quién es aquel profesor de tanto respeto y atención? Aprovecho
un descanso y pregunto a un compañero, el de mi costado, como se llama y me informa... "¡¡Es él... El mismo médico del barrio en mi niñez, hijo del almacenero
de la esquina de Caseros y San José de Calasanz...!!"; resucita la impronta de la infancia.
Finalizado el año las clases y los prácticos,
decido rendir primero Patología Médica, la preparo con Ernesto (el amigo desde la
escuela primaria en Jujuy).
Inscrito en la secretaría para el examen, anoto la fecha y la hora. Llegó el día. ¡Por fin el
momento de la verdad! Aguardo con los compañeros el llamado para entrar, permanezco expectante, más que en otras oportunidades. Por fin se
abre la puerta, el docente pronuncia mi nombre, ingreso confiado, me siento, doy vueltas
al bolillero y saco tres, elijo una con los temas que mejor recuerdo, no
obstante uno de ellos no es importante, el que menos asimilé: estoy
seguro que no me hará preguntas de ese contenido; el resto es de mi
preferencia.
-Que
bolilla elige.
-La ocho Profesor. -Sentado
espero que me interrogue. El docente consulta los temas.
-Factores de coagulación y hemofilia -Ordena finalmente. Mi turbación es evidente; debo responder aquello mal estudiado. ¡¡Justo eso!! Pálido,
con taquicardia y desolado me animo a explicar:
-Profesor, ese capitulo es el único al que no le presté atención... Pero he preparado toda la materia bien.
-Alumno. ¿No estudió?
-Sí. Profesor… ¡Si! Toda la materia y solo leí ligeramente el genético de la hemofilia.
-¿Por qué no lo hizo?
Además es uno de los contenidos que usted eligió con la bolilla.
-La verdad: porque se
trata de un tema histórico. Ya no existe. Por ese motivo no lo estudié.
-Es decir: ¿No sabe
nada de la hemofilia?
-Solo recuerdo que
hay dos factores: el ocho y nueve.
-¿Qué más puede decir?
-Muy poco más.
Profesor…
-Ahora explique: ¿Porque
para usted la hemofilia ya no existe?
-Todo comenzó cuando
descubrieron que la Reina Victoria de Inglaterra tenía descendientes varones
con problemas de coagulación: creo que uno se llamaba Leopoldo, y otros
muchos sucesores como hijos del Zar de Rusia y del ex-Rey de España, Alfonso
XIII. Desaparece el problema cuando en la nobleza dejaron de casarse entre parientes…
-Bueno… Tengo que
reprobarlo.
-Si.
-Pero usted me dice
que el resto lo estudió a conciencia.
-Si. Profesor.
–Intuyo un final feliz, el corazón se aselara aún más.
-Está bien. Dejemos
el bolillero. Empecemos…
Desde aquel momento y
durante casi tres horas duro el examen. El Profesor me “paseó” por toda la
materia y pude responder bien.
En un momento se pone de pie y dice: “Acompáñeme”. Ingresamos a la sala, al final de las camas
se detiene y señala a dos enfermos: “Alumno. Estos pacientes no son descendientes
de la Reina Victoria de Inglaterra y tienen hemofilia”. –¡No salgo de mi
asombro!…
(En el pasillo
aguardan mis compañeros sus turnos. Después me entero que no atinaban a
comprender que pasaba con mi examen tan prolongado, además, porqué me llevò hasta la sala de internados).
Regresamos al lugar del
examen.
-Linares. Usted va
ser médico y es probable que durante su profesión le toque asistir a un
paciente con hemofilia, y no sabrá que hacer porque no estudió. Ser un médico
es un tremendo compromiso con la sociedad, de usted dependerá la vida o la
muerte… ¡¡Qué responsabilidad la mía y la suya!! ¿Qué le parece?
-Grave profesor.
-De acuerdo… -Un
silencio de siglos- Respondió bien los otros temas. Pero… ¿Me promete que
mañana, o esta misma noche, va a estudiar conscientemente el tema que no sabe?
-Si Profesor. ¡Le
prometo!
-Puede retirarse.
Está aprobado. –Fue un momento sublime, sentí un inmenso alivio, una gran
satisfacción y una mayúscula responsabilidad: la que debía conducirme en
adelante…
¡¡Había aprobado!! Salí
casi a los saltos con una enorme sonrisa.
-¿Qué pasó? –Me
interrogan los de la espera.
-Algo grandioso: ¡No
supe un tema, el de la hemofilia, pero me hizo renunciar al bolillero y me
pregunto de todo!
-¿Y…? ¡Contestaste bien! –Silencio…- ¿Solo ese no respondiste?
-¡Si! Te pondrá un nueve.
-No sé, quizás un
ocho, o siete. ¡Lo que sea!
Por
fin sale el último alumno, ya es de noche. Esperamos las notas. Se abre la
puerta y aparece la secretaria con el registro de alumnos del examen, lee
pausadamente los apellidos y nombres, finalmente la nota; debo esperar, la
expectativa va en aumento, el último en nombrar soy yo ¡Por fin llega!: “Linares
Alfredo: CUATRO”. Es el término de una jornada intensísima, incomparable, justa, para el recuerdo.
Pero no termina allí, nuevamente me nombra y agrega: El Profesor quiere hablar
con usted, puede pasar, lo espera en su despacho”. Nuevamente la taquicardia. Entro
sin demora.
-Permiso Profesor.
-Siéntese. Lo hice llamar para
pedirle un favor. -Me sorprendo. No atino a creer que sea yo el que
haga un favor.
-Quiero que mañana
pase por mi consultorio, a las 19 horas. Esta es la dirección.
-Sí Dr. Estaré a esa
hora. –No pasó por mi cabeza averiguar el motivo de la cita.
Al otro día, antes de
las 19, estoy en la sala de espera… Sale la secretaria y me hace ingresar. El
Profesor -sentado detrás del escritorio atiborrado de libros y papeles- levanta
la mirada y dice:
-Dr. Linares.
–Primera enorme sorpresa: ¡Me llama doctor!
-Quiero que vigile un
goteo en el domicilio de un paciente particular. Yo estaré para canalizarlo, usted
quedarà controlandolo según las instrucciones que ahora le explico. –Y continuó instruyendo, con detalles, la tarea encomendada; finalmente debía llamar por
teléfono avisando haber concluida mi participación. Esto se repitió, en el
transcurso de un mes.
Pasaron algunos días y recibo de secretaría una nueva cita para concurrir al consultorio del
cardiólogo.
-Buenas tardes
Profesor.
-Hola Linares. Muchas
gracias por su colaboración. ¿Cómo se sintió con lo encomendado?
-Muy bien, Profesor.
-¿Se dio cuenta qué
problema tienen los pacientes en los que usted participó controlando el goteo?
-Si. Profesor.
-Dígame.
-Son hemofílicos.
-Bien… ¡Bien! ¿Y cómo lo sabe?
-Por los síntomas previos, la transfusión
de sangre y…
-Muy bien. –Abre el
cajón del escritorio y saca un sobre cerrado. Lo recibo desconcertado y trato de abrirlo.
-¡No! Ahora no… En su
casa.
Salgo expectante con
el último acontecimiento. Llego a lo de mi abuela, entro al dormitorio apurado, me siento en el pupitre de mis afanes estudiantiles y abro el
sobre: encuentro dinero y una nota que dice: “Corresponde a los
honorarios por su colaboración.
Muchas gracias.
(Una firma y un sello)
Dr. Ricardo Podio
¡¡La más importante
lección en mi carrera, la de un Gran Ser Humano!!
Profesor Ricardo
Podio:
“La Facultad de Ciencias Médica convocó el 13 de agosto en
el Aula Magna del Hospital Nacional de Clínicas a un homenaje al Dr.
Ricardo Podio, el médico, profesor, amigo, sembrador de conocimientos y
humanismo. Se entregó, a través de sus familiares, la medalla post mortem en
reconocimiento a su trayectoria.
Podio fue un precursor en el ámbito médico; fundador de la
Sociedad de Cardiología de Córdoba sus trabajos de exploración de la actividad
eléctrica miocárdica marcaron un hito en la especialidad. Este visionario
incorporó las residencias médicas en la ciudad; creó el equipo
Interdisciplinario de Psicopatología en el Hospital de Clínicas; la UTI del
Servicio de Radioisótopos y el Servicio de Técnicas no invasivas.
El histórico recinto, colmado de médicos y estudiantes, recobró la
mística de sus mejores momentos, cuando distintos expositores relataron las
historias de vida de Podio, arrebatada por la enfermedad a los 58 años.
El Prof. Dr. Emilio Kuschnir describió la trayectoria profesional remarcando
sus profundas convicciones de sentido democrático y federalismo.
Alberto Cerda, ex Presidente del Centro de Estudiantes de
Medicina, destacó que en la dictadura militar mientras los alumnos eran
perseguidos y encarcelados, la postura de Ricardo Podio, poco común en esa
época era de solidaridad con el Centro de Estudiantes y su espíritu y actitud
democrática de defensa hacia ellos, lo inusual.
Carlos Scrimini, ex Presidente de la FUC rememoró que nunca
censuró a los estudiantes o médicos por sus ideas. “Él mismo- expresó – sufrió
el aislamiento por cuidar a sus estudiantes y defender la libertad. Era el
único o quizás uno de los pocos que recibía, escuchaba y contenía, en épocas de
la desolación de la dictadura”.
El Decano de la Facultad de Ciencias Médicas, Marcelo Yorio
expresó respecto a la figura de Ricardo Podio “Hablan de Inquebrantable
voluntad y diáfana lucidez; hablan de humildad, de sencillez, de profundo
respeto por el hombre y fundamentalmente de la prédica con su ejemplo.
Seguramente la lucidez es algo que se hereda. Seguramente también que se
desarrolla, pero la inquebrantable voluntad es algo, que para los que ya
tenemos años, deberíamos demostrar e inculcar en nuestros jóvenes que es muy
necesario, porque estas figuras señeras nos demostraron que más allá de esa
inteligencia y lucidez, lo que es necesario es la inquebrantable voluntad para
cumplir objetivos, y para desafiar adversidades. De este gran hombre se habla
de respeto institucional y en este país estamos necesitando mucho de eso.
Hablar de esto. Es un hombre que para llegar a donde llegó, cumplió normas,
aceptó las normas para llegar por concurso a titular, a presidente de
sociedades, también para llegar a gestionar dentro de la Universidad Nacional
de Córdoba, porque entendía que el respeto a estas normas hace que las
instituciones crezcan fuertes” y agregó “ es importante porque estas personas
innovadoras, estas personas que generaban tanto desafío, demostraban a su vez
el respeto por el día a día, por el ejercicio del acto de servir, por el
ejercicio del compromiso”.
Con cientos de emociones aferradas a los asientos de madera
marrón, el Aula Magna del Clínicas convocó a compartir la grandeza de un
grande, que marcará para siempre la historia médica en Córdoba y el país.
Y como regalo para los profesores doctores y estudiantes, una
clase magistral a cargo del Dr. Julio A. De La Riva dejó flotando en todo el
Hospital Nacional de Clínicas que el conocimiento y el humanismo son parte
inclaudicables de la formación de quienes se dedican al arte de curar”.