Raul Noro



Aire acondicionado

Una siesta de calores obscenos, cuando las mariposas mueren con las alas achicharradas, un loro olvidado por esas hora en el patio sin sombras de una casa, callò redondo sin pronunciar palabra y los 49 grados a la sombra cuestan como 59.
En un acto de heroísmo único decido visitar a mi amigo jujeño. Él, estudiante de derecho en Tucumán, yo de paso hacia Córdoba para retomar los libros de medicina  ante los próximos exámenes de marzo. (Por aquella época no habían ómnibus desde Jujuy a la Docta. Debo estacionarme por unas horas en la Ciudad de la Independencia).
Camino agobiado hasta la casa de los educandos; el timbre no está habilitado, hago resonar, con los nudillos, la puerta de maderas vetustas. Al rato se abre y aparece, como despertado de un sueño infinito, uno de los habitantes del inmueble.
-Hola. Soy Alfredo amigo de Raúl, vengo por unos minutos; quiero verlo.
-Ahhh… Bueno.
-¿Entro?
-Mejor espera. Le aviso. Creo que duerme. ¡¡Con este calor…!!
-Espero…
            Se cierra el portal y quedo en la vereda asado. Por fin se mueve de nuevo el ingreso y aparece la imagen fantasmal del amigo, está dentro de una salida de baño a rallas descompuestas y algunos flecos indecentes; la vestimenta chorrea agua, se trata de una “sopa humana”. Los ojos, apenas abiertos, se delatan venidos como ensueños impenitentes en la siesta necesaria de aquella condenación. Es el mes de febrero.
-¡¡Alfredo!!
-Si, Alfredo.
-¡¿Qué haces en este infierno y a esta hora?!
-Vine a visitarte; estoy de paso a Córdoba; espero el ómnibus de las 17.
-Bueno. Pasà.
-¿Te puedo preguntar algo?
-Si. Claro…
-¿Qué haces con este atuendo encharcado?
-Ahhh… ¡El calor de mierda…!
-Sí, pero no entiendo: ¿Te inundas con la salida de baño puesta?
-Claro. ¡Pasà! Ahora te explico… –Ingresamos al baño, se ubica debajo de la ducha -siempre con la salida puesta- y acciona el surtidor a todo trapo hasta completar el empapado, cierra la canilla y salimos, va  regando el pasillo. Ingresamos al dormitorio y me señala su cama: luce sin el colchón, brilla el elástico de alambres enrulados, los de antes; abajo un ventilador a toda marcha dirige el vendaval hacia arriba. Y para mejor explicación se acuesta -inundado- encima de la “alambrada” con el chorro de aire refrigerante…
-¡Es la única forma de poder dormir la siesta! –Se revela Raúl Noro.

No hay comentarios.: