Función de Trasnoche
Hospital Dr. Ricardo
Gutiérrez
-Francisco. ¿Terminaste
el trabajo de cadera?
El revistero va
concluyendo su tarea. De pronto, un automóvil Ford Falcón color verde claro
aparece unas cuadras más adelante y se aproxima muy manso por la amplia calzada
pegado al cordón de enfrente. Unos metros antes de mi marcha el rodado cambia
de ubicación, ahora se cruza hacia la vereda por donde yo transito, sigue su
decurso lento; diviso en su interior uniformados que me observan… El corazón
acelera sus latidos y retumban en los oídos; la descarga de
adrenalina opera impiadosa: piel fría, ojos abiertos, músculos tensos, dientes
bien apretados. Por mi mente pasan desordenados, apremiantes reflexiones.
Continúo caminando
“insensible”; de reojo veo pasar a mi lado el automóvil que frena atrás seguido
de un repentino disturbio: escucho alborotos provocados por las aperturas de
las puertas del vehículo, el retumbo de botas a la carrera sobre las baldosas y
el sonido espeluznante de los instrumentos que se aprontan; me estremecen.
Siempre de reojo advierto que estoy sitiado por los costados y seguramente
también por atrás, el más próximo a mi izquierda, trepado al umbral de la
entrada de una casa, está a no más de dos metros y porta un arma larga que
apunta. Por mi mente pasan desordenados, apremiantes reflexiones:
¿Acelero los pasos? No.
¿Cambio de vereda?: No.
Queda libre, solamente, la calzada hacia adelante, despejada para huir. Nadie habla, el silencio se apodera del “teatro de operación”. Concilio mis pensamientos y concluyo: continuar caminando al mismo ritmo, lento, con la mirada hacia adelante como un ciego, sordo y mudo que no se turba por el acaecimiento (pienso: “¡no me pertenece!”); solo busco llegar a la esquina, giro hacia la izquierda por la calle Rodríguez Peña, cruzo la plaza en diagonal, luego Azcuénaga, Montevideo, Paraguay y desde allí en un interminable zigzag, siempre a contramano y a la sombra de los autos estacionados; cuadra a cuadra me acerco al antiguo Hospital de la calle Gallo al 1300, mi “vivac”.
En el dormitorio del
primer piso, al lado de la jefatura del Servicio de Traumatología, Francisco
Camacho, mi colega y compañero, duerme profundamente. Descalzo me siento en la
cama y permanezco un largo rato; luego, recostado por encima del cubrecama,
vestido de calle sin el camperón de cuero crudo, miro fijamente el perpetuo
techo blanco…
- Los acontecimientos en la avenida Santa Fe, permanecen indeleble, y un interrogante: “¿Qué hubiera sobrevenido si corría desesperado?”. También se disputan mis pensamientos noticias, por aquellos días, de psiquiatras jóvenes, difusores de las nuevas corrientes de la psiquiatría, asesinados y abandonados en baldíos de la ciudad....
Nunca, en mi ajetreada
vida, olvido aquella “función de trasnoche con rumor a muerte".