Trasnoche



Función de Trasnoche

Av. Santa Fe

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Hospital Dr. Ricardo Gutiérrez

Calle Gallo 1330

Buenos Aires

1976


-Francisco. ¿Terminaste el trabajo de cadera?

-Me falta un poco.

-Son las dieciocho.

-Media hora más. ¿Por qué?

-Hoy sábado dan una película en trasnoche que parece buena.

-No, prefiero quedarme, estoy  mal dormido. Otra vez será. Además mañana tenemos que ver a Maya Plisetskaya en el Luna Park…

-Salgo enseguida, no tengo la entrada y es posible que se acaben.

-¡Suerte!

-Te dejo en la heladera lo que quedó del medio día.

-Bueno…

Me saco las prendas de hospital y visto las de “civil” con el camperón de cuero crudo. Las noches del invierno son rigurosas en Buenos Aires y caminar muchas cuadras  desde el Hospital hacia Avenida 9 de Julio por  Santa Fe, amerita el abrigo. Destino: un cine con función trasnoche.

Sentado en una butaca del medio, compruebo como  la platea se completa... Termina la proyección, pude ver una buena película; estoy satisfecho…

Emerjo de la sala con el gentío que se dispersa en busca de sus vehículos. En un santiamén desaparecen todos, como por arte de magia, quedo solo. Camino en la senda izquierda rumbo al nosocomio.

Las vidrieras de la gran avenida deslucen con los negocios apagadas, la iluminación escasa proviene del alumbrado público. Solamente diviso, en la vereda de enfrente, una persona dos cuadras adelante,  un revistero acomodando en el exhibidor los diarios del nuevo día. Camino cansino, relajado, remoto, ermitaño.


El revistero va concluyendo su tarea. De pronto, un automóvil Ford Falcón color verde claro aparece unas cuadras más adelante y se aproxima muy manso por la amplia calzada pegado al cordón de enfrente. Unos metros antes de mi marcha el rodado cambia de ubicación, ahora se cruza hacia la vereda por donde yo transito, sigue su decurso lento; diviso en su interior uniformados que me observan… El corazón acelera sus latidos y  retumban en los oídos; la descarga de adrenalina opera impiadosa: piel fría, ojos abiertos, músculos tensos, dientes bien  apretados. Por mi mente pasan desordenados, apremiantes reflexiones.

Continúo caminando “insensible”; de reojo veo pasar a mi lado el automóvil que frena atrás seguido de un repentino disturbio: escucho alborotos provocados por las aperturas de las puertas del vehículo, el retumbo de botas a la carrera sobre las baldosas y el sonido espeluznante de los instrumentos que se aprontan; me estremecen. Siempre de reojo advierto que estoy sitiado por los costados y seguramente también por atrás, el más próximo a mi izquierda, trepado al umbral de la entrada de una casa, está a no más de dos metros y porta un arma larga que apunta. Por mi mente pasan desordenados, apremiantes reflexiones:
¿Debo mantener la calma?: Sí.
¿Me detengo y giro para preguntar?: No.
¿Mirarlos solamente?: No.
¿Tengo en el bolsillo la libreta de enrolamiento?: Sí.
¿Acelero los pasos? No.
¿Cambio de vereda?: No.
¿Corro?: ¡Nunca!.
¿Mantengo hacia adelante la mirada?: Sí…
Reparo en mis hijas y en mi esposa que quedaron en Jujuy.  
Queda libre, solamente, la calzada hacia adelante, despejada para huir. Nadie habla, el silencio se apodera del “teatro de operación”. Concilio mis pensamientos y concluyo: continuar caminando al mismo ritmo, lento, con la mirada hacia adelante como un ciego, sordo y mudo que no se turba por el acaecimiento (pienso: “¡no me pertenece!”); solo busco llegar a la esquina, giro hacia la izquierda por la calle Rodríguez Peña, cruzo la plaza en diagonal, luego Azcuénaga, Montevideo, Paraguay y desde allí en un interminable zigzag, siempre a contramano y a la sombra de los autos estacionados; cuadra a cuadra me acerco al antiguo Hospital de la calle Gallo al 1300, mi “vivac”.

En el dormitorio del primer piso, al lado de la jefatura del Servicio de Traumatología, Francisco Camacho, mi colega y compañero, duerme profundamente. Descalzo me siento en la cama y permanezco un largo rato; luego, recostado por encima del cubrecama, vestido de calle sin el camperón de cuero crudo, miro fijamente el perpetuo techo blanco…



  1. Los acontecimientos en la avenida Santa Fe,  permanecen indeleble, y un interrogante: “¿Qué hubiera sobrevenido si corría desesperado?”. También se disputan mis pensamientos noticias, por aquellos días, de psiquiatras jóvenes, difusores de las nuevas corrientes de la psiquiatría, asesinados y abandonados en baldíos de la ciudad....


Nunca, en mi ajetreada vida, olvido aquella “función de trasnoche con rumor a muerte".