Ñatito.



 

 

Ñatito.

Calle 27 de Abril. Frente al Paseo Sobremonte.

 

 Estudiantes de otras provincias o países que vienen a la Universidad de Córdoba en procura de alcanzar una profesión se agrupan según procedencias u otras condiciones y alquilan una vieja casa, generalmente en mal estado, y la equipan recurriendo a compraventas de mobiliarios en desuso que son alistadas y embellecidas según habilidades. Como algo singular y necesario surge un líder, no electo, simplemente (como en las sociedades primitivas) germina  como el “principal” el que emana autoridad: es el “Jefe” de la casa y quien organiza, dirime conflictos y es respetado en sus decisiones. En el caso que nos ocupa se trata de un jujeño con vínculos familiares en Catamarca; estudiante enrolado en abogacía con habilidades de radioaficionado y apodado “Ñatito” a raíz de su prominente naso. La mayoría de estas “casas de estudiantes” están en Barrio Clínicas y Alto Alberdi.

La morada que nos ocupa es de planta baja y un piso. El de los  educandos que nos ocupa corresponde al de arriba. Casona construida hacia 1920, luce paredes de  “ladrillos vistos” logrados, seguramente,  luego del derrumbe de los revoques iniciales, el que los ocultaba hace ya mucho tiempo. Se accede al “templo del estudio” por una gruesa puerta de madera y una larga,  empinada escalera, hasta rematar en habitaciones que describen un semicírculo, en uno de sus extremo la cocina, al medio el baño. Un pasillo comunica la sucesión de habitaciones, por un lado;  por el otro, se levanta un muro que delimita un hueco central abierto al infinito: corresponde al patio de la planta baja y da luz a los aposentos. Sus ocupantes provienen de las provincias de Jujuy y Catamarca. Amigos todos (Fernando, Virginio Francisco, Luis, Juan, Ramón, Moncho y la “Autoridad”) en la aventura de estudiar y compartir ese pedazo de sus vidas.

Lo inédito ocurre una tarde cuando arriba a la casa uno de los integrantes del grupo acompañado por una joven. Había contraído nupcias en su provincia natal sin advertencia alguna.

Con su recién desposada, llegan saturados de bártulos. Luego de saludos y explicaciones, en un suspiro, se arma la celebración del único, inesperado y singular evento: ante semejante acontecimiento aparecieron algunos dulces caseros y botellas de cerveza; la tertulia se prolonga hasta el anochecer. Era verano. El “Jefe” está en su provincia ignorante de lo acontecido en su feudo… Terminado el suceso, surge la necesidad de la ubicación de la pareja, todas las habitaciones lucen camas de una sola plaza a excepción de la pieza del Jefe ausente, allí hay una lecho matrimonial, se trata de un rectángulo de maderas duras con patas de igual factura,  oficia de elástico un entramado de tientos vacunos, encima un colchón mullido de lana de ovejas (El “Taj Mahal”).

Ausente y cabeza de la casa es, precisamente, propietario de aquel histórico camastro proveniente del interior catamarqueño. El novel esposo, al momento de elegir el aposento, no tiene duda alguna, corresponde irrumpir donde reposa la única cama matrimonial, habitación despoblada por ausencia veraniega de su dueño: el Ñatito. Además del lecho, compone el mobiliario un ropero, una silla y una mesa ocupada por libros y una Estación Transmisora de Radioaficionado que luce cruzada por una faja de papel engomado con letras rojas que anuncia: “Clausura definitiva por disposición del Ente …”. (Dicha disposición oficial merece un próximo relato).

Era aquella la segunda noche del matrimonio, la primera lo fue en un camarote del Ferrocarril Belgrano.

Luego de los festejos la pareja se dispone en la habitación; acomoda las prendas y otros bártulos y remata un baño purificador. El marido cierra la puerta de acceso con traba interior para asegurar intimidad y se disponen a ocupan el encatrado doble.

Al siguiente día,  el desposado debe cumplir con la guardia de 24 hs. en el Hospital; como todos los lunes desde tres años atrás.

 La segunda noche, luego de la habitual tertulia, después de la "cena de estudiantes" ocurre igual rutina a la anterior: después del baño, la tranca y la complicidad con las tiras de cuero crudo, transcurren las primeras horas de la segunda noche... De improviso se escucha el sonido de la cerradura, alguien pretende ingresar al aposento nupcial, pero no es posible, la tranca interna lo impide; luego golpes agudos persistentes ensordecen, retumban en el interior. La situación del desposado resulta exasperada, aquello es inesperado, excesivo, una situación crucial; cuando, de repente, se siente la voz inconfundible del “dueño” de la habitación (el “Jefe”) que  proclama: “¡¡Abrí la puerta YA!! ¡¡Otra vez, con una puta en mi dormitorio…!!”.

 

El final fue feliz. Luego de entornar la puerta, declarar lo acontecido y el novel estado civil, van apareciendo, ante el batuque,  el resto de habitantes: ¡¡Y se armó un nuevo festejo!!

Aquel episodio dislocado en casa de estudiantes, es la conjugación de una perdurable amistad a la que se incorpora la novel desposada.

1966




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