Manual del Conspirador

 


 

 


Manual del Conspirador

El episodio que nos ocupa -a principios de los 60- es el encuentro iconoclasta de dos líderes en el arte de ascender: Héctor Tizón (1929-2012) y Alejandro Agustín Lanusse Gelly (1918-1996)

En dos países de Latinoamérica (Argentina y México) con culturas ancestrales semejantes: pueblos originarios, colonizadores, colonizados, mestizajes, idioma, religión, emancipación,  inmigraciones, etcétera, se nos revelan dos personajes: uno  abogado de profesión y escritor de  vocación (galardonado por el mismísimo Fidel Castro en "la Casa de las Américas"); el  otro coronel de caballería; nombrados agregados cultural y militar respectivamente en la  embajada Azteca entre 1958 y 1962.

El letrado logra su jerarquía diplomática con la colaboración de la familia política: fue el primer ascenso en su ajetreada vida, siendo Presidente Arturo Frondizi. Nació, "inicialmente" (1929) en un ignoto paraje ferroviario de otra Provincia, lugar de origen que fue trocado por un bello pueblito,  portal de las luchas emancipadoras: Yala. Letrado que demuestra, desde los primeros pasos, una  extraordinaria destreza en el arte de remontar.

El coronel de marras pasa, desapercibido, para la historia que voy a narrar como el máximo conspirador de la tumultuosa política. A partir del frustrado intento de asonada contribuyó eficazmente a coronar y destronar, vía golpes militares, a ocho presidentes. En el primer frustrado episodio el de 1951 con el grado de teniente  (porrazo de estado patrocinado por Benjamín Menéndez), es juzgado y condenado a cadena perpetua; no obstante, desde esa condición, permanece conspirando. Recupera la libertad -y algunos grados más- en la segunda algarada de 1955, la de septiembre. Partícipe principal de los sucesivos golpazos  marciales. 

Hay que saber que en las revueltas marciales es condición necesaria, para quien pretende la presidencia de la Nación,  ostentar el máximo grado militar: el de general  -necesario para "sujetar" a los de menor jerarquía-. En ese "trabajo" anda -después de participar en los golpes a Perón, Lonardi, Aramburu, Frondizi, Guido, Ilia, Onganía,  Levingston- (Onganía, general de caballería apodado en la jerga castrense "capicúa", sin haber aprobado la Escuela Superior de Guerra, quien pasado unos años en la presidencia  pretendió eternizar en el poder, al estilo de las monarquías europeas: en esa idea hizo aprontar una carroza  (utilizada en 1910 por la Infanta Isabel de Borbón para asistir a la Exposición de la Sociedad Rural de Palermo), equipada con cochero de galera, dos pajes de librea y cuatro caballos ataviados. En tales circunstancia, nuestro por entonces coronel Lanusse, hizo tronar las ganas de Onganía y repatrió para el reemplazo, a un general ignoto, agregado militar en la Embajada Argentina de EE.UU. y coronarlo Presidente. Ahora el novel primer mandatario de facto, sabedor de los andares y aspiraciones de su "padrino" Alejandro Agustín, lo traslada, temporalmente, a la embajada de México, donde ya ejercía el cargo de Agregado Cultural nuestro abogado y escritor. Es quien me narra la increíble historia que sigue: 

El relato tiene que ver con la curiosa metodología usada por nuestro entonces coronel, para escalar posiciones (chisme que supongo conocer yo solamente). Es el hombre de letras quien me narra, con reserva, esta historia:

Todo ocurre en la Embajada Argentina de México, cuando el agregado militar se ausenta a Buenos Aires por algunos días:  se trata del coronel Lanusse a un paso del ansiado y necesario ascenso a  General de Brigada.


¿Jácara? (Fábula)

En horas del amanecer de un domingo solitario, nuestro novelista, con el  pretexto de ordenar papeles en su despacho, deja su vivienda en Cuauhtemoc y contrata un remis para  llegar a la Embajada Argentina. Navega por su mente el deseo de encontrar algo que ronda en su florida imaginación para enriquecer sus novelas fabulosas: Arriba a destino, paga el viaje y desciende. Parado en la vereda cavila un instante, se aproxima al ingreso principal de la delegación diplomática: llave en mano gira suavemente, abre el portal lo suficiente para  meter la cabeza y certificar que todo está en calma: el custodio  duerme apoltronado. Entra, cierra con delicadeza la puerta, camina hasta el habitáculo del vigilante, cauto investiga: lo descubre sentado en un sillón de esterillas, ronca mientras abraza, agatas, un FAL con la culata gastada por el desuso crónico. Recorre el hall, luego el pasillo lateral; en tinieblas se dirige, cauteloso, a su escritorio   (deambula un territorio conocido) entra, prende la luz, en el bufete remueve papeles, corre y descorre la silla principal, camina describiendo círculos innecesarios como afirmando su presencia en territorio propio. Sale, se dirige hasta el baño donde permanece unos minutos, hace correr el agua del inodoro, acciona la canilla del lavatorio y espera: ¡sin novedad! Deja el sanitario. El silencio es total. Camina en puntillas de pie, se detiene ante la puerta de la oficina que corresponde al agregado militar: la del coronel ausente; acciona el picaporte con suavidad, la puerta se abre, entra rápido, ubica el pulsador para encender una luz, cierra la entrada, parado al medio del recinto recorre con la vista, pausado, meticuloso, el habitáculo buscando algo; se aproxima a una biblioteca atiborrada de libros muy bien alineados, inclina la cabeza para leer los lomos, descubre uno, le llama la atención, el más "consumido" que anuncia estrategias, lo abre y hojea buscando no sabe qué, cierra y lo retorna a su lugar. Su mirada sigue indagando aquel mundo militarizado. Se aproxima al escritorio con la mesada vacía de papeles, la rodea hasta arribar al sillón, se sienta, continúa observando desde esa posición todo. Finalmente se anima, mira detenidamente tres cajones a cada costado del pupitre; con pudor descorre una de las gavetas, en su interior una cartuchera de pistola, es de cuero crudo y está vacía, al fondo dos cargadores repletos, cierra el compartimiento; abre el segundo y aparecen, deslumbrantes, un conjunto de galardones con cintas de colores, en el tercero se destaca una pila de pliegos oficiales: decretos con abundantes sellos y firmas diversas. Clausura la inspección en la hilera derecha y levanta la mirada, las paredes divulgan fotografías enmarcadas de paradas militares presididas por el militar en una progresión sucesiva de años y  con los respectivos grados, estos anunciados por charreteras con  sus correspondientes estrellas. Gira el asiento, detiene la vista en el pequeño mástil de madera lustrada con pica de metal que sujeta la bandera nacional; al medio de la pared un gran cuadro ecuestre del General San Martín. Detiene el recorrido visual y se relaja en la poltrona pensativo. De pronto sacude su conciencia el lugar y la hora en que se encuentra y decide completar la inspección. Ahora dirige su curiosidad en los cajones de la izquierda: descorre el primero, divisa una cantidad importante de tarjetas personales bien alineadas,  agrupadas por abecedario, lo cierra; desciende al segundo, allí descansa lo inesperado: una pila de papeles manuscritos con tintas de colores. Levanta la primera hoja, está escrita con caligrafía prolija,  sucesivamente se entera de cartas personales, otras referidas a protagonistas del ejército  clasificadas por Unidades con datos militares. Agotados los manuscritos y en lo más profundo de la gaveta revela, azorado, un sobre con un título intrigante que anuncia: "PERSONAL". ¡Por fin algo prometedor! Ante el hallazgo la curiosidad se agudiza, el corazón acelera sus latidos, la frente delata  gotas de transpiración, intuye algo inaudito, toma el sobre, lo examina lentamente por sus dos caras ¡Está abierto! Ingresa ceremonioso extrae dos hojas, las desdobla y extiende sobre el pupitre: son manuscritas en tintas negra y roja. Título: "Coroneles seleccionados para el próximo ascenso al generalato". En la primera línea se revela, en letras mayúsculas de imprenta, nombres y apellido, grado y rama castrense, luego de un guion aparece el de una mujer, entre paréntesis la condición que los articula y al final la unidad del ejército a la que está destinado. Concluye cada línea, encerrados en círculos, un número en progresión, ordenados de arriba abajo. En la siguiente hoja aparecen los números anteriores y a continuación una adjetivación (de una sola palabra o de varias) todas se denotan indignas, degradantes y concluyentes para la condición castrense; así hasta completar el listado.

 Por ejemplos:

(1):… (2):… (3):… etc.  Con epítetos descalificarte, suficientes para no ser ascendido.

 Eran aquellas anotaciones los dato "non santos" dedicados a cada uno de los camaradas coroneles aspirantes al generalato próximo, y competidores a la hora de la calificación para la promoción.

Con los años, aquella estrategia plasmada en las dos hojas manuscritas y coloridas, coronada con adjetivos definitivamente "indignos" para los estándares marciales, y dedicados a cada posible competidor, resultó plenamente eficaz. El coronel de la embajada logró el ascenso, no solo a  General de Brigada, luego a los de División y Teniente General como Jefe del Ejército; ante final de su carrera político-militar, plagada de astucias y golpes de estados. Fue, además, el único poseedor del secreto del lugar donde fuera  enterrada en el exterior del país Eva Duarte de Perón.  (Embalsamada por el Dr. Pedro Ara -discípulo español del que hizo igual labor con el cuerpo de  Lenin-. Luego en Argentina como profesor de anatomía en el Hospital Clínicas de Córdoba). Secreto  y entrega en "Puerta de Hierro" de Evita, que negoció con el General Perón. 

Se trató del secreto mejor guardado. Escondida con el nombre ficticio de María Maggi de Magistris, en una tumba del Cementerio Mayor de Milán. Fue la moneda de cambio para su aspiración final.-

 

Nuestro personaje culminó su "carrera" llegando a ser: 

¡¡Presidente de la República!!




No hay comentarios.: