Avatares: Rosas. Varela. Lavalle

 

Doña Ifigenia

 

La Casona.

I

 

A finales de la década de 1940 la calle Lavalle al 200 entre Belgrano y San Martin en la ciudad de San Salvador de Jujuy, ofrecía casas antiguas venidas algunas de la mismísima colonia. Una de ellas edificada en el siglo XVII, ostentaba paredes gruesas de adobes, jadeantes puertas y rejas forjadas con la fragua y el martillo, al igual que las bisagras y cerraduras; atrancaban por lo alto un enjambre de troncos trabajados con azuelas, caña y torta de barro, finalmente, en hechura posterior, fue rematado con tejas chunqueras. Aquel ícono histórico fue modificado parcialmente a fines de 1930 y demolido sin piedad por los “inversores inmobiliarios” hijos de los últimos migrantes asiáticos; ahora convertido el caserón en un extenso galpón que luce un frente de vidrieras con una multitud de zapatos izquierdos. Aquella cuadra es la que yo recorría varias veces en una jornada, por los mandados de mi madre al almacén.

 

Asesinato de Lavalle.

II

 

          En la vereda de enfrente, todavía en pie, queda la casa donde fue asesinado Juan Galo Lavalle, de cuya muerte desfilan diversas versiones; una de ellas corrió de boca en boca hasta nuestros días. Se trata de lo que vio doña Ifigenia Eguren de Blas vecina en la vereda de enfrente: (calle Lavalle 275 actualmente): contó esta señora que al salir de la primera misa de la Iglesia de San Francisco, muy temprano, advirtió un revuelo en la residencia del Dr. Bedoya, abogado boliviano por entonces ausente, ocupada sin permiso  la casa desde el día anterior por el General unitario en su retirada final luego de la última derrota y según dijeron acompañado por una hermosa salteña. La señora de la misa, esposa del comerciante español Don Pascual Blas (con su almacén en la esquina próxima de calle Belgrano, quien había provisto la tarde anterior de los alimentos destinados a los oficiales que acompañaban a Juan Galo) se aproximó al lugar y luego de algunos titubeos, ingreso a la morada, allí vio en la galería que rodea el primer patio y en la esquina más próxima a la entrada, al general con su camisola blanco ensangrentada y una herida en el cuello, había salido del dormitorio que está a la derecha luego de la entrada y se dirigía al baño ubicado al fondo del patio (desaparecida la letrina del  pozo ciego y el rincón del agua, ahora   transmutado para recibir turistas), cuando un ex soldado, conocedor de los pasos de Lavalle y la paga ofrecida por su  cabeza, entreabrió la puerta principal esperando el paso del General, llegado el momento disparó en forma certera con un arcabuz al verlo pasar. Cuenta la historiografía que el asesino cobro el rescate que ofrecieron y termino también él muriendo tempranamente en un despacho de bebidas en la Ciudad de Salta.

 

 

                                               La divisa federal.

                                                              III

 

          Se despertó muy temprano con el primer llamado a misa de las campanas franciscanas.  La criada ayuda a vestirse a Doña …… va superponiendo desde lo más profundo de su anatomía, un culote elástico una camisola rematada en puños bordados, vestido invernal marrón tenebroso que la cubre hasta los tobillos, un saco negro de lana tejido a mano y un manto purificador  a partir de la cabeza, medias sostenidas con ligas por arriba de las rodillas y zapatos negros abotinados que la ayudante logra calzar con dificultad y ajustar con cordones de difícil tramado. Partió muy temprano desde su casa, a media cuadra de la viejo Iglesia San Francisco, de “La Muy Leal y Constante Ciudad de San Salvador de Jujuy”. En la entrada principal algunas personas detenidas delante de un mesa improvisada con un cuaderno, tintero y pluma, una caja cerrada, detrás del escritorio dos soldados federales con cintas y una caja de madera cerrada. La señora se detiene por un instante y luego trata de ingresar a la Iglesia, otro federal se lo impide y le recuerda: “Debe pasar por la mesa”; sorprendida por la novel disposición cumple el mandato, frente al tablero descubre a otro uniformados y le informa:

-El señor de la puerta me manda aquí, dice que no llkevo el moño.

-¿A ver señora?

-¿Qué pasa? No entiendo lo del moño.

-¡No se puso el moño, señora!

¿Qué moño?

¿No sabe usted que en los lugares públicos tiene que ponerse el moño?

-No, no estoy al tanto.   

-¡Me permite…? -Y uno de los apostados abre una caja y extrae un penacho.

-Siéntese. Uno de ellos hace caer una gota de cola de carpintero que extrae de un pote de vidrio sobre el tul que cubre la cabeza de Ifigenia, el compañero adhiere, allí, el moño rojo punzo.

-Y esto ¿Por qué es?

-Por orden del Restaurador a partir del mes pasado. Es la divisa Federal que tienen que llevar todos. (1)

 

 

        Felipe Varela Vino

IV

 

Contaba Julio Argentino Linares, que en una de las retiradas de Don Felipe Varela, llegado a San Salvador de Jujuy con su tropa y bien informado por algún “colaborador”, se dirigió a la casa, desocupada pocas horas antes, de Don Pascual Blas (2), el propietario del almacén de ramos generales de la esquina; entró a caballo (ahora calle Lavalle 275) hasta el segundo patio, el del parral, sin desmontar a la izquierda del ingreso entre el portal y la reja de la habitación, desenvaino la espada y de un certero sablazo degolló a la imagen hueca de San Antonio apostada contra la pared del patio: un impresionante retintín se disparó sobre el piso de lajas lo que puso en alerta a los oficiales que lo acompañan: El suelo quedo poblado de monedas de plata. (¿Alcancía del adinerado Don Pascual?).

-¡Recojan todo! –Fue la orden final del Jefe…   

 

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(1)- “Por otra parte, el propio: Tomás de Anchorena no dejó desde su casa, de seguir influyendo en Rosas. El decreto imponiendo el uso de la divisa federal el 3 de febrero de 1832, fue consultado previamente por carta de Rosas a Tomas de Anchorena -2 de enero- y aprobado por éste, quien agregó además algunos detalles.”

“apogeo y ocaso de los Anchorena” Juan José Sebreli. Pág. 172. Editorial “Siglo Veinte”.

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