Cinemascope
Dieciséis años. Las primeras visitas en el umbral de su casa, frente al Correo. Se
dibujan en la silueta las primeras líneas de mujer; el rostro marca apenas una
sonrisa. Solo timideces. En mis arterias se agitan los reclamos.
Por
aquel entonces, en el cine Select de
la calle Alvear en Jujuy, estrenan una película dotada de un extraordinario
sistema para aquellos años: el "Cinemascope".
Sonido e imágenes resultan, más que novedosos: ¡espectaculares! Película
norteamericana, de aquellas..., al mejor estilo de los gringos con relatos épicos de historias antiguas enmarcadas en
escenarios casi reales. ¡Taquillera! Fui a
verla solo luego del estudio rutinario, a las seis de la tarde, el primer día
de exhibición, con la estelar Jeam Simmons , un jueves.
Por aquel
entonces los cines ofrecían su gallinero,
ubicación elevada pero estratégica para los que no disponíamos de más de 40
centavos, pero sí de una excelente vista.
Al
día siguiente, al atardecer, voy a la cita “con el umbral” y Marta Antonia del
Rosario (como fuera inscripta –sin apuro- en el Registro Civil y bendecida por
la gracia del santo, la santa y la virgen). Antes de que le narrara mi fabulosa experiencia del día
anterior me cuenta que en la primera
función del sábado irá al cine a ver aquel portento de imágenes y sonido; además,
me invita para que la acompañe. ¡¡Aleluya!! Pienso: ¡Y solos, por añadidura…! No le cuento,
naturalmente, de mi paso por el popular tablao gallinero, el encatrado más cerca del cielo, convocado: el “Paraíso”.
Esa
noche no puedo sosegar mi expectación..
Sábado, las cuatro de la tarde, un baño breve bajo el
calefón de alcohol; el traje azul de circunstancia repasado con la
plancha (las rayas bien marcadas) camisa blanca,
corbata roja, los zapatos del colegio, gomina y el plantón. Por fin la hora convenida: calle
Lavalle, luego Belgrano, finalmente, Urquiza * frente al Correo. El timbre. Vuela en la mente la magia de la oscuridad en el cine
"Hola Marta", se arriman las manos. Parados en el "umbral sillero" de todos los días, con el zaguán iluminado y la inoportuna puerta cancel.
-Partimos?
-Si. Espera un momento. -Gira, reingresa a la casa, pasan segundos eternos... Finalmente se abre la abertura con marco tallado y cristal labrado, reaparece Marta del Rosario; pero... ¡¡Oh desdicha!! Por desventura,
no sola: bien plantada, elegante, segura proclama: "VAMOS". ¡¡Es la suegra!!
Ahora va delante de nosotros, como abriendo camino. ¡Sólo a mí me podía pasar y al
mejor estilo rancio! Marchamos más de una cuadra; yo arrastrado por la
fatalidad me dejo trasladar.
Los
boletos compartidos, la cola, el perfume de la madera vieja, el delgado camino
de alfombra de terciopelo rojo gastado por las pisadas, butacas de
cuero verde, mullidas, cálidas...
Llegó
el esperado momento que soñé mágico: los dos sentados en la mitad
de la platea, ella a mi lado; ¡la madre al final, por suerte!
Lleno
total.
Por milagro dentro en un espacio próximo los
dos; sin el hermanito ni la tía Angélica. ¡¡¡Con la madre!!!
Ansioso,
inmóvil, callado espero.
De
reojo controlo, butaca de por medio, a la progenitora de mis
infortunios.
El
zumbido de los ventiladores.
La
tos de circunstancia al lado de mi quimera.
Se
desvanecen las luces.
¡Al
fin!
Se apagan las voces de la gente, el murmullo, el silencio...
¡A
oscuras! ¿Nadie nos ve? Sigo con la indagación ocular. “En realidad está un
poco lejos”, me conformo.
En la
pantalla, una eterna presentación y la música in crescendo...
La
melodía distrae.
¿Aprovecho? A tientas, sigiloso, poco a poco -tratando de pasar inadvertido por la señora de la tercer butaca- casi imperceptible inicio la búsqueda, lenta, sostenida,silenciosa, hasta el lugar que supongo, el soñado: aquello dulce, tierno, tibio, terso; pero como en un naufragio no arribo a ninguna parte: la mano ansiada no està. Es el comienzo.
¡Que desilusión! Durante dos horas me siento solo, la
diestra de mi "amada inmóvil" ausente. Desmembrada, boquiabierta, ausentes de la platea està incorporada totalmente a la trama de aquella visión como protagonista: también la madre. Aquello deja de ser una fantasía fílmica para ingresar al mundo de la realidad: las pesadillas.
Ya no
nos pertenecemos: estamos en espacios diferentes, nos separa un tumulto de
proezas y de pasiones transcurridas en fabulosos palacios, edénicos paisajes
con audaces, apuestos, musculosos hombres heroicos y sus sensuales y hermosas
mujeres.
La
pantalla, enorme como el horizonte. Los colores más vìvidos. El ruido atronador que hacen las ruedas de los
carros de guerra entre las piedras, confundidos con el de los cascos de los
caballos al galope que corren desenfrenado y conducidos por míticos y
valerosos guerreros, desbocados hacia la muerte, hacia las glorias...
Los
encuentros del valor con el amor, la rudeza con la belleza y la crueldad con la
bondad. ¡Todo en épica poesía!
La
música se torna imperial, olímpica a veces, pero también dulce, melódica y
lírica, otras.
En
aquel torbellino de imágenes, personajes y sonidos, yo no soy ni siquiera pequeño:
simplemente no existo.
Todo
resulta doblemente irreal.
De mi
compañera ni siquiera siento, por aproximación, su perfume. Sólo adivino el
lejano perfil de su cara, cuello y los incipientes senos de sus apenas catorce
años.
Tengo la sensación de ser un poste sin alambrado, de los que se amarran los caballos
en las jineteadas para que no salgan atropelladamente hacia la escena. ¡Hasta
el delicado cuerpo de mi acompañante está avanzando hacia el norte,
sobre el borde de la butaca delantera, un poco más cerca de la pantalla, remotamente
lejos de mis sentimientos: muy cerca de Richard Burton, ella y de Victor Mature la mamá! Inesperado fracaso. Primera herida...
Con los años
entiendo - y nunca olvido - lo que Marta Antonia del Rosario vivió en aquellas dos horas en el cine Select de la Muy Leal y Constante Ciudad de San Salvador de Jujuy. Un sábado
por la tarde, en una primavera de 1956, en la pequeña y todavía -antes
de los desquicios arquitectónicos- colonial, tranquila y hermosa ciudad... Habitada por
sus habitantes.
*En la actualidad Otero.
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*En la actualidad Otero.
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